Elogio de Italia

Don Hugo: Vamos a ver, don Víctor, si le ayudo a aliviar su enfado con el Ministero dell´Estero. Váyame diciendo cada uno de los términos que ese anuncio va aplicando a Italia.

Don Víctor: ¡No me venga con ésas, don Hugo, que esto no tiene arreglo!… además me he cambiado de cadena porque no paran de insertarlo cada cuarto de hora.

Don Hugo: Si no recuerdo mal, empezaba con que Italia es “pasión y estilo”.

Don Víctor: ¡Toma ya!… Ni que se tratara de promocionar el musical “A chorus line”.

Don Hugo: “Pasión”: ¿no es acaso la pasión la cualidad máxima que atribuye Stendhal a los italianos frente a la coquetterie francesa?… “Estilo”: nuestro buen abate Juan Andrés no para de encomiar en sus “Cartas familiares” el gran estilo, cifra de todas las Artes en Italia a lo largo de todas las épocas.

Don Víctor: Bien, de acuerdo, don Hugo, pero ¿qué me dice usted de “Patrimonio y diversidad”?

Don Hugo: “Patrimonio”… pero si Winckelmann, el primer arqueólogo, dejó encargado que en su tumba, precediendo a la fecha de su muerte, grabaran la del día en que puso el pie por primera vez en Italia, y no la de su nacimiento.

Don Víctor: ¡Qué manera de quitarse años!… Es lo que usted llamaría “un romántico avant la lettre”.

Don Hugo: “Diversidad”: a usted que le gusta tanto Henry James, acuérdese de cómo en Venecia encontraba la belleza declinante; la vitalidad en Roma; el ruido en Nápoles; en Florencia, el atractivo; el color de la luz en toda la Toscana: la sonrisa suave en Rávena; y, en Capri, la magia.

Don Víctor: Prosigamos. Luego venía, me parece, “Innovación y creatividad”.

Don Hugo: “Innovación”: ¿qué hubiera sido de Turner y de la pintura moderna si no hubiera quedado deslumbrado, como ante la transfiguración de Nuestro Señor, por el cromatismo de las telas venecianas?… Se cayó del caballo y se convirtió a la luz y al color.

Don Víctor: A mí me pasó lo mismo.

Don Hugo: “Creatividad”: atienda a lo que dijo Reynolds, que Rafael no estudió en una academia, sino que Roma toda fue su escuela.

Don Víctor: Me está usted dejando para el arrastre, don Hugo… Luego viene que “Italia es un paso más allá”.

Don Hugo: ¡Cristoforo Colombo!

Don Víctor: “Curiosidad y dedicación”.

Don Hugo: ¿”Curiosidad”, dice usted?… ¡El “Millón” de Marco Polo! Y en cuanto a la “dedicación”, ¡anda que no hizo el ridículo Goethe buscando por toda Nápoles y sus arrabales aquellos cuarenta mil holgazanes que mencionaba la guía de Volkmann! Nadie supo darle razón de ellos y le maravilló la actividad de aquella trepidante metrópoli.

Don Víctor: Otras dos: “Arrojo e imaginación”.

Don Hugo: “Arrojo”: ¿qué otra cosa sino italiano podría haber sido el héroe de Heinse, Ardinghello, fundador de aquella república libertaria donde se da el amor libre y se vive al margen de todos los poderes de la tierra? Y por lo que hace a la “imaginación”, ¿cuánto pondera Heine en sus “Cuadernos de viaje” la ebullición de su fantasía ante los estímulos tan vitales que Italia le ofrece en toda ocasión?

Don Víctor: Desde luego, don Hugo, su biblioteca tiene respuesta para todo… pero vayamos acabando: “Experiencia y precisión”.

Don Hugo: “Experiencia”: ¿es comparable la italiana con la de ningún otro país? Por algo le presté a usted la “Decadencia y caída del Imperio romano” de Gibbon.

Don Víctor: ¡Todo un clásico!… ¡Y qué presente tienen los italianos su abigarrado pasado!

Don Hugo: Por lo que hace a la “precisión”, me remito a la lengua acendrada y acuñada por Dante y a la arquitectura del soneto de Petrarca.

Don Víctor: Ya, ya… También dicen que Italia tiene “Visión de futuro”.

Don Hugo: ¡Qué bien lo vio Rilke meditando ante los mármoles de Miguel Ángel: que están más cerca del futuro que todos nosotros!

Don Víctor: Me abruma usted, don Hugo… y, sin embargo, hay algo de vulgar, de banal invitación al consumo, que sufro como un insulto a lo más sagrado. Acaban diciendo: “Italia es increíble y única; es sencillamente extraordinaria”.

Don Hugo: ¡Ni que le hubieran pedido consejo a nuestro expresidente Zapatero!, pero mírelo de esta otra manera: imagine usted que toda esta retahíla sea declamada pausadamente por la joven Claudia Cardinale con su ligera ronquera tan sensual y en buen toscano.

Don Víctor: No hace falta que me haga usted trampas, don Hugo. Me rindo.

Don Hugo: Por algo hace decir Thomas Mann a uno de sus personajes: “No cabe duda de que los ángeles hablan italiano”.

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