
Don Hugo: Creo que fueron los Neandertales quienes aplicaron una vara de fresno a una punta de sílex, pudiendo así golpear a dos metros de distancia.
Don Víctor: Enseguida los arrinconaron nuestros abuelos Cromagnon con el arco y la flecha, como Robin Hood.
Don Hugo: Y los indios flecheros del Amazonas emponzoñaron las puntas con filtros mortales.
Don Víctor: Las espadas de hierro pudieron luego quebrantar a las de bronce.
Don Hugo: Ideados por la ciencia poliorcética, catapultas, arietes gigantescos y torres rodantes pusieron en jaque las urbes amuralladas.
Don Víctor: Incluso las invasiones bárbaras, que arruinaron el mundo clásico, nos trajeron los estribos, haciendo imparables las cargas de caballería.
Don Hugo: Al correr de los siglos, don Quijote se lamenta de cómo las pólvoras permiten a un cobarde matar desde la distancia, sin exponerse.
Don Víctor: Y ahí se acelera todo: la demoledora artillería, tan onerosa, encumbró a los grandes Estados territoriales, anulando las repúblicas y pequeños principados medievales.
Don Hugo: Los vapores acorazados se enseñorearon de los océanos y forzaron estrechos y puertos.
Don Víctor: La aviación se apoderó luego de los cielos y batió vastos territorios antes de que los infantes tuvieran opción a combatir.
Don Hugo: La bomba atómica, los misiles balísticos… en fin el arte de la guerra creció siempre sin desfallecer y sin olvidar ninguno de sus adelantos. ¡Qué contraste entre este progreso que tanto poder otorga y el de nuestro acervo moral, siempre estancado cuando no presa de desfallecimientos abismales!
Don Víctor: ¡Qué poco reconfortante ha sido nuestro siglo porque, dígame usted, don Hugo, ¿qué fueron aquellos campos de exterminio sino la taylorización del crimen?
Don Hugo: Claro, don Víctor, la cosa pintó mal desde el principio, empezando por crucificar a Cristo.