Amor cortés

Don Víctor: Quería preguntarle, don Hugo, ahora que estamos a solas, sobre aquella discusión tan vehemente que protagonizaron usted y el profesor Dupré, que al fin y al cabo es todo un especialista en el amor cortés…

Don Hugo: ¿Le parece que me propasé, don Víctor?… Yo lo que vengo pensando es que el amor cortés está sobrevalorado… Ciertamente nos hizo más educados, más cultos y refinados, más considerados con la condición femenina y todo lo demás… pero la manzana llevaba su gusano escondido.

Don Víctor: No lo acabo de ver, don Hugo.

Don Hugo: Es que Dupré no me dejaba hablar, recitando aquellas galeradas del lai “Équitan” y del “Lanzarote, el caballero de la carreta”.

Don Víctor: ¡Y lo hace muy bien! Qué francés medieval tan bien pronunciado… qué prosodia tan cadenciosa…

Don Hugo: Vayamos al contenido. Dice el rey Équitan a la mujer de su senescal: “Sed vos el ama y yo el sirviente, / Sed altiva y yo suplicante”.

Don Víctor: Pero, ¿no es esto una delicada cortesía amorosa que compense la debilidad de una mujer frente a un varón y allane la relación afectiva?

Don Hugo: ¿Y cuándo la reina Ginebra castiga a Lanzarote por haber dudado siquiera un instante en humillar su honra con el solo objeto de complacerla?

Don Víctor: ¿Cómo fue eso?

Don Hugo: Si es que no pude ni decirlo porque Dupré se puso a recitar entonces a Charles d´Orléans… La reina, en su crueldad, le había ordenado que subiera, como un villano, a la carreta de los condenados a la horca y se dejara conducir por un enano a la vista de todos.

Don Víctor: ¡Nunca habría imaginado que la reina Ginebra pudiera urdir tamaña afrenta!

Don Hugo: ¿No ve usted, don Víctor, cómo Sacher-Masoch exacerba aquella cortesía que sobrevivió al feudalismo, cuando se complace en someterse como esclavo a la arrogancia y el despotismo de su amante?

Don Víctor: Muy cierto. Mucho de eso he visto en algunas cosas de Strindberg: que si el varón le pide a la mujer compasión y la gracia de su vida… que si el marido ha de ser un ente subyugado y cobarde, que se sienta en deuda por todo frente a la esposa…

Don Hugo: La figura de Sade supondría una inversión radical que diera la vuelta a la tortilla. La mujer ha de ser la esclava sexual del hombre.

Don Víctor: ¡De qué manera pudo llegar a fermentar en ponzoña algo que parecía tan bello!

Don Hugo: El propio Sacher-Masoch se libera al final de la tiranía afectivo-sexual y proclama, ya supuestamente curado: “Amar, ser amado, ¡qué fortuna! Y con qué resplandor brilla esta dicha comparada con la cruel felicidad de adorar a una mujer que hace de nosotros el esclavo de una hermosa, su juguete».

Don Víctor y don Hugo (cantando:) “Porque al hombre más pintado, / ¿Quién le promete / Que una niña si se empeña, No ha de tratarlo / Como a un juguete?”

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