
Don Víctor: A pesar de que fuera erróneamente restaurado en el siglo XVII, siempre me ha gustado especialmente esta copia del Diadúmeno que tenemos en el Museo del Prado.
Don Hugo: Claro, la mano está mal colocada y en lugar de anudarse la cinta por detrás, parece estar citando por bajo al toro.
Don Víctor: Sí, y además, de frente con la muleta bien planchá y dispuesto a cargar la suerte.
Don Hugo: Fíjese en cómo adelanta la pelvis, exponiendo el cuerpo con valentía.
Don Víctor: ¡Qué animal tan extraordinario el hombre que, a diferencia de los otros, camina erecto sin sustraer al peligro pecho ni vientre!
Don Hugo: Es cierto que los otros se escudan bajo la coraza de su espalda y esconden los genitales en la retaguardia.
Don Víctor: Sí, don Hugo, pero ¿cuál entre todos ellos se cobra tamañas delicias en el amor, precisamente por fundirse de frente una y otro?
Don Hugo: Somos la única especie que, durante el coito, se mira a los ojos, se besa…
Don Víctor: … completando así la esfera demediada que representa nuestra presencia exiliada en la tierra.
Don Hugo: En esto del amor, se comporta como en la lucha: parejo a la gloria que pretende obtener en el combate, es el éxtasis amoroso que ambiciona.
Don Víctor: Sí, pero tanto en uno como en otro caso, descubre toda su fragilidad.
Don Hugo: La nuestra, don Víctor, es la más intensa de las vidas posibles: nuestro arrojado cuerpo erguido es el monumento a nuestra conciencia.