Montaña rusa

Don Víctor: ¿Qué se propone usted, don Hugo, trayéndome a Port Aventura, estrictamente para montarnos en la Montaña Rusa?

Don Hugo: Pues por qué va a ser, don Víctor… ¡para que hablemos del despotismo ilustrado!

Don Víctor: ¡Arrea!… pero creo que lo adivino: el que parecía el mejor régimen nunca concebido, destinado a procurar por fin la felicidad de todos los súbditos en esta vida terrenal, sin apelación a dudosos paraísos de ultratumba, vino a precipitarse en el abismo, tan vertiginosamente como antes se encumbrara.

Don Hugo: Le ha salido a usted redondo, don Víctor. No se me marea usted fácilmente, a pesar de lo alto que estamos subiendo. Iba justo a lo que usted apunta, a por qué después de la ascensión vino tan súbita caída.

Don Víctor: Lo que dice Josep Pla, que “la vie est ondoyante”.

Don Hugo: ¡Agárrese usted bien, que esta caída es de aúpa!… El despotismo ilustrado llevaba en embrión su propia aniquilación.

Don Víctor: Después de esta caída, entiendo cómo se sintió Luis XVI camino del cadalso…. ¡Uf, ya me rehago, don Hugo!… pero ¿cómo fue posible aquello si parecía todo tan bien organizado, con los mejores como asesores?… ¡y no como los de ahora!

Don Hugo: Claro, pero la cuestión es que, puesto que todos habían de encontrar la felicidad en este mundo, parecía natural que la figura del primer ciudadano, aquél sobre cuyos hombros pesaba principalmente tan enorme responsabilidad, tuviera que alcanzarla antes que nadie. Y de ahí ¡el invento de las montañas rusas!

Don Víctor: Creía que estaba entendiéndolo todo y ahora me confunde usted.

Don Hugo: La emperatriz Catalina, ejemplo de déspota ilustrado, no lograba satisfacer su desbocada líbido en los diferentes amantes que iba desechando…

Don Víctor: ¿Ni siquiera con el imaginativo Potemkin?

Don Hugo: ¡Ni siquiera!… y, por ello, se aficionó a precipitarse sobre un trineo por pendientes nevadas, como los más temerarios de sus cosacos.

Don Víctor: Lo entiendo perfectamente sin necesidad de que me cite usted a Freud.

Don Hugo: La pega estribó entonces en que, tras el deshielo, aquel placer sustitutivo quedaba suspendido. Por ello, sus mejores físicos, los más competentes arquitectos y los más imaginativos ingenieros de su armada, concibieron enormes montañas rusas de madera sobre las que correr en carritos de ruedas.

Don Víctor: Claro, ¡y así pudo gozar todo el año!… Es que la montaña rusa es el mayor monumento al despotismo ilustrado.

Don Hugo: Y hoy en día ¡democrático!, una vez que hemos comprobado que si podemos ser todos felices en este mundo, no necesitamos someternos a un déspota.

Don Víctor: Sí, a uno más feliz que nosotros.

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