
Don Hugo: No podía evitar el sonreírme cuando veía a mis hijos con aquellos libros tan de moda de Lobsang Rampa.
Don Víctor: ¡Claro, don Hugo, “El tercer ojo”!
Don Hugo: Siempre me venía a la mente la aventura de Heracles con los Cercopes.
Don Víctor: ¡Ah, aquellos gnomos tan traviesos, que eran hermanos, y que quisieron asaltar precisamente al héroe más fuerte, ellos que eran tan canijos!
Don Hugo: Claro, don Víctor, Hércules los ata como conejos a un palo y se los lleva; y, como iban boca abajo y sus cabezas quedaban a la altura de los poderosos glúteos del héroe, le vieron el ojete y no pudieron contener la risa.
Don Víctor: Claro, ya lo recuerdo… cómo no serían de guasones y de salaos aquellos insensatos que el propio Heracles se contagió de sus carcajadas y acabó por liberarlos.
Don Hugo: Es lo mismo que hizo aquel catedrático de Anatomía. Le habían recomendado al que luego fuera doctor Rey, que no tenía ni idea y que además era aún más guasón que los Cercopes, y le quiso plantear una pregunta facilona: “¿Cuántos ojos posee el cuerpo humano?”. Rey respondió, impertérrito, que tres; a lo cual el catedrático, concedió que sí si se tenía en cuenta el de la conciencia. Entonces, Rey, ni corto ni perezoso, exclamó: “¡Ah, entonces, cuatro!”.