A vueltas con los olores

Don Víctor: ¿Cómo respondería usted, don Hugo, a estas preguntas de Blaise Cendrars? Una: “El olfato es atávico, ¿se trata de un sentido en vías de regresión?” Segunda: “¿Un buen olfato, un olfato muy desarrollado es un signo de degeneración?”

Don Hugo: Todo aquello que tenga relación con los sentidos, halla en Baudelaire su más certera expresión. Cuántas veces me vienen a la memoria esos versos suyos: “Se dan perfumes frescos como carnes de niño, / Suaves como los oboes, verdes como las praderas, / Y otros corrompidos, ricos y triunfantes / Poseedores en su expansión de las cosas infinitas”

Don Víctor: Pero, Cendrars acusa, seguramente, la mala prensa de que sufre todo lo olfativo en nuestra civilización…

Don Hugo: Claro, don Víctor. Lo primero que se enseña al niño es eso de “Nene, caca”. El olfato es, en la jerga psicoanalítica, “sentido de aproximación”, caracterizado por su inmediatez, espontaneidad y animalidad, que, tal y como establece Marcuse, actúa sobre las zonas erógenas en beneficio del placer y, por tanto, de no practicarse su represión, erotizaría al organismo hasta el punto de desestabilizar el edificio civilizatorio y la posibilidad del trabajo alienado sobre el que se sustentan el principio de realidad y la cultura.

Don Víctor: ¿No me dijo usted una vez, don Hugo, que la posición bípeda, característica del ser humano, lo aleja del suelo, atenuando así su olfato, sometido en consecuencia al tabú impuesto al placer corporal?

Don Hugo: Muy bien, don Víctor. Eso es lo que dice Freud… ¡y hasta se queda corto! Yo voy más allá: nuestra estación bípeda, ampliando nuestras perspectivas y permitiéndonos mirar lejos y aspirar a lo alto…

Don Víctor: ¡Ya lo tengo!… ¡También nos espiritualiza como especie!

Don Hugo: Fíjese en lo que me contó el doctor Planes-Bellmunt: como hubieran bañado y desinfectado a su señora cuando la ingresaron en el hospital, protestó airado aquel gitano: “¿Quién l´ha quitao a mi muhé el oló a hembra?”

Don Víctor: ¡Dichoso él, hombre todavía libre de nuestros prejuicios estéticos!

Don Hugo: En cambio, ¡qué acibarado rencor el de Cela cuando, sometiéndose a todo, dice que las mujeres huelen a pescado!

Don Víctor: En eso se parece a aquellos navegantes portugueses que evoca Cendrars, olisqueando los vientos marinos para corregir el rumbo.

Don Hugo: Sí, ¡a ver si olía a bacalao y hacerse así una buena brandada!

Don Víctor: ¡Con qué nostalgia recuerda Jorge Manrique a aquellas damas: “sus tocados, sus vestidos, sus olores”!

Don Hugo: Nada delicado es, en cambio, el sinvergüenza de Don Juan, quien entra en escena mirando a todas partes y canta aquello de (cantando:) Mi par sentir odor di femmina.

Don Víctor: A mí lo que me pasa es que el hecho de que una muchacha tan angelical como Gwyneth Paltrow pregone un nuevo perfume que reproduce el olor de su vagina, me hace el efecto de que acaban de romper el séptimo sello.                                                

Don Hugo: ¡Quia, don Víctor! No es más que una involución filogenética, esto es, una regresión a la etapa primitiva

Don Víctor: ¡Maldito Süskind!

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