
Don Hugo: Yo he atribuido ese atractivo a la palatización de las consonantes líquidas que llevan a una colocación de la voz femenina a la vez alta y trasera. ¡Eso le confiere un misterio, una oscuridad aterciopelada y una carnalidad que no puede más que desencadenar el deseo sexual en un oyente no catalanoparlante!
Don Víctor: Claro, ningún español más alejado de Cataluña que Galdós, pero a diferencia de tantos compatriotas, ¡qué interés pone siempre en rescatar cuanto de bueno y de bello haya en todas las personas y todos los lugares!
Don Hugo: Galdós intenta siempre comprender, sabedor de que toda conducta responde a unos condicionamientos anclados en lo más profundo de la personalidad y del inconsciente. No lo justifica todo, pero siempre intenta explicarlo. Para él, no había nada tan bello como la lengua catalana en boca de una mujer. Escuche usted bien, don Víctor: “El catalán hablado por mujer es una de las más bellas músicas de la boca humana”. Esto lo escribe en su episodio nacional “Carlos VI en la Rápita”.
Don Víctor: Sí, don Hugo, pero lea usted lo que le he subrayado de Valle Inclán a propósito de los sermones del Padre Claret en “Viva mi dueño”…
Don Hugo: A ver, a ver…“las pastosas vocales catalanas del Padre Claret”. Claro, esa “e” neutra que ensombrece y adensa la voz.
Don Víctor: He subrayado otra cosa…
Don Hugo: Ya veo: “embastecida la boca por crasos dejes catalanes”.
Don Víctor: Es como si se mascara melaza. Y usted, don Hugo, ¿a qué atribuye que dos literatos contemporáneos opinen de lo mismo algo tan opuesto?
Don Hugo: La cosa está clara, don Víctor. No es igual el catalán hablado por Teresa Gimpera que por un cura trabucaire.