
Don Hugo: Ahora todo el mundo pide perdón: el rey de España, el Papa de Roma… ¡Cuántos agravios de hace siglos no habrá que reparar!
Don Víctor: Usted ha venido esta mañana, don Hugo, con una idea en la cabeza y no va a parar hasta que la eche…
Don Hugo: Parece como si fuera a volver Savonarola: vistámonos de saco, echémonos ceniza en la cabeza, quememos nuestras ofensivas obras de arte y nuestros libros imprudentes. ¡Cerremos los teatros!
Don Víctor: Téngase usted y suéltelo ya, don Hugo, ¡que se está usted acalorando!
Don Hugo: ¿Ve usted este artefacto, don Víctor?
Don Víctor: Pues sí, es un contenedor de ropa usada.
Don Hugo: ¿Usada? ¡Nueva, debería decir usted! La mayor parte de estas prendas se las habrán puesto una o dos veces. Compramos y compramos y las cosas luego ni nos caben en casa.
Don Víctor: Sí, pero…
Don Hugo: Pues a eso iba: la nuestra es la época “diogenista” por excelencia.
Don Víctor: No entiendo nada…
Don Hugo: Si está clarísimo, don Víctor: ¡el síndrome de Diógenes! Hasta los mendigos lo padecen: un pantalón encima de otro pantalón; un abrigo sobre otros tres abrigos; cuatro sombreros ensartados, una traílla con ocho perros, ¡que ni el príncipe de Gales cuando va a cazar el zorro!
Don Víctor: Sigo perdido. ¡Al grano! Cuénteme lo del agravio de una vez.
Don Hugo: Pues, ¿que quién rehabilita al pobre Diógenes, que no acumulaba nada? Si vivía desnudo dentro de una cuba; no tenía más que el calorcito que le daba el sol… otra cosa no quiso del mismísimo Alejandro…
Don Víctor: Usamos su nombre en vano…
Don Hugo: … vivía despojado de toda ventaja social, en estado natural.
Don Víctor: Es cierto. ¡Si hasta se masturbaba en público como un mono!
Don Hugo: Cuando le reprocharon el que viviera tan feliz en esclavitud, él contestó que el esclavo era su amo, que le alimentaba a cambio de nada.
Don Víctor: Es verdad, si por no tener, ¡no tenía ni síndromes!
Don Hugo: Pero, ¿quién le daría el nombre al “Síndrome de Diógenes”?… me da a mí que tuvo que ser un psiquiatra ignorante.
Don Víctor: Se lo confieso, don Hugo, no sé si es que comienzo a sufrir el síndrome, pero echo de menos un buen abrigo encima de esta chaqueta, que me parece que me estoy resfriando.
Don Hugo: Pero ¡si está usted tiritando, don Víctor! Ande, que le presto la mía…