
Don Víctor: ¿Acaso será un libro de horas?
Don Hugo: Por la postura, me inclino por una lectura profana…
Don Víctor: ¿Guillermo de Aquitania, quizá?
Don Hugo: ¿La Ilíada?
Don Víctor: Fíjese usted, don Hugo, cómo aquellos guerreros tenían a gala ser también poetas.
Don Hugo: Sí, de Ricardo Corazón de León a nuestro Garcilaso.
Don Víctor: Cervantes, en la controversia clásica de la pluma y la espada, otorga la supremacía a esta última. Soldado, ¡lo primero!
Don Hugo: No obstante, don Víctor, el mismo Cervantes parece casi desdecirse cuando denuncia cómo cualquier cobarde provisto de una escopeta, podría abatir al mismísimo Cid Campeador.
Don Víctor: Claro, es que los avances tecnológicos desterraron la épica de la guerra, hicieron innecesario el valor personal e injustificada la nobleza.
Don Hugo: ¡Craso error!
Don Víctor: ¿Con qué me sale usted ahora, don Hugo?, ¿es que acaso se me ha vuelto usted carlista?
Don Hugo: No se chancee usted, don Víctor, y concédame que en la guerra de hoy en día siguen siendo imprescindibles, a la postre, ese valor personal al que usted alude y por tanto también el arrojo en el combate, por más tecnología que se emplee.
Don Víctor: Pues sí, don Hugo, le concedo razón porque, al final, mientras no llegue la infantería, no concluye la campaña.
Don Hugo: Y los infantes se la juegan, aunque actualmente estén olvidados de los poetas.
Don Víctor: Y menospreciados… pues dígame usted si alguien se atreve hoy en día a mentar la soga en casa del ahorcado.
Don Hugo: En definitiva, que ni el más chalado atribuiría la preponderancia a la espada.
Don Víctor: Todo eso está muy bien… pero qué no daría yo por saber qué diantres está leyendo el buen doncel…