
Don Víctor: Los de Ribera, qué duda cabe, son sólo monstruos.
Don Hugo: ¡Pobre barbuda!…
Don Víctor: Sobre todo, ¡pobre marido!
Don Hugo: Y de la monstrua de Carreño, ¿qué se puede decir?
Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿usted cree que los bufones no eran más que monstruos en medio del brillo de la Corte?, ¿puro claroscuro barroco?
Don Hugo: Con los bufones convivían los monarcas; eran “familiares” del propio Rey… ¡cuidado con meterse con ellos!
Don Víctor: Pero entonces… ¿qué buscaban los Reyes en su compañía?… ellos, los Monarcas, que acaparaban las más bellas obras de arte, ¿por qué posaban sus miradas en aquellos seres deformes y tarados?…
Don Hugo: … ¿es que acaso necesitaban ser crueles?…
Don Víctor: … ¿es que acaso carecían de otros entretenimientos que aquellas grotescas improvisaciones?…
Don Hugo: … cuando los Lope, los Calderón, etc. estrenaban en palacio…
Don Víctor: … ¿qué le podrían decir a Felipe IV las trifulcas entre el bufón don Juan de Austria y Barbarroja?…
Don Hugo: … pues sí, no tendrían nada qué contarle Spínola o el Cardenal Infante…
Don Víctor: … para mí, que todo esto responde a algo más profundo. ¿No serían aquellos pobrecillos, espejo de la indigencia de los propios Reyes… humanos ante todo?
Don Hugo: Es cierto, don Hugo… ¿Y no son los retratos de bufones que pintara Velázquez, dignos de reyes, la prueba de la redención del desvalido género humano?
Don Víctor: Cuando les miran a los ojos, perciben en ellos su propia desnudez… por más que los cortesanos se rieran tanto.
Don Hugo: “Cortigiani, vile razza dannata!”