
Don Víctor: Menos mal que lo encuentro, don Hugo. ¿Qué le ha parecido la experiencia?
Don Hugo: ¡Demoledora! Nunca pensé pasarlo tan mal entre tantas maravillas.
Don Víctor: ¡Pero qué me dice!, ¿No ha multiplicado su placer el escuchar tan aclaradores análisis en presencia de estas obras maestras?…
Don Hugo: Si no he visto nada… Me llevó veinte minutos salir del árabe y al final tuve que apañarme con el francés…
Don Víctor: … y ese ritmo tan bien calculado para que la contemplación de una pieza no se demore en exceso y se pueda disfrutar igualmente de las siguientes…
Don Hugo: … pero, si cuando mi aparato me explicaba la Venus de Milo, lo que yo tenía delante era el Escriba Sentado…
Don Víctor: … y ese maravilloso aislamiento contemplativo, extático casi, en el que se enfrenta uno en exclusiva a cada pieza, arrullado por las armónicas explicaciones…
Don Hugo: … todo el rato la tía esa hablando, hablando, como si la hubieran vacunado con una aguja de gramófono… Por amor de Dios, ¡un poco de silencio! Déjeme usted recorrer en paz la maravillosa pantorrilla de Diana Cazadora…
Don Víctor: Claro, don Hugo, se empeña usted en no ser un autómata y así… ¿cómo quiere disfrutar del Arte? No se da usted cuenta, además, de que si todos fuéramos por donde nos diera la gana, se producirían indeseables aglomeraciones. ¿Por qué se empeña usted en desbaratar esta sabia coreografía? ¡Colabore usted! Imagine que es un sonámbulo.
Don Hugo: Déjese usted de monsergas, don Víctor, y ayúdeme a apagar este chisme antes de que lo estampe contra la pared.