
Don Hugo: Esas cosas que se hacían antes… alquilaron entre unos cuantos burgueses desocupados el teatro Jovellanos nada menos y allí llevaron al pobre Nicanor a demostrar científicamente que Einstein se equivocaba. Aplicó la luz de un flexo sobre una báscula y, al comprobar que los platillos no se movían, exclamó triunfante: “La luz no pesa. Einstein ye un burru”. Grandes aclamaciones y risotadas.
Don Víctor: Qué galería de personajes singulares vascos nos ofrecen las novelas de Baroja, como aquel frenólogo, el doctor Recalde, que insistía en que la cabeza redonda de los Aguirre predeterminaba su carácter cainita: “violento, orgulloso, inquisitivo, soberbio, salvaje, religioso, fanático, reaccionario”.
Don Hugo: Español al fin. ¿Y qué opinaba de los dolicocéfalos?
Don Víctor: Imagíneselo, don Hugo… una delicia de personas, unas peritas en dulce.
Don Hugo: Pues y mi primo Remigio que sostenía que de discriminación femenina, ¡nada!, pues no en vano los servicios de señoras estaban siempre impolutos frente a la mugre de los urinarios masculinos. ¡Y se quedaba tan convencido!
Don Víctor: Pues mi tío Florentino, aunque feo a rabiar y sinsorgo a más no poder, era un auténtico Don Juan y un día la policía se lo llevó en calzoncillos a la prevención, en pleno invierno, recién huido de alcoba ajena como en el peor de los vodeviles.
Don Hugo: ¿Y cómo se las arreglaba para tanta conquista?
Don Víctor: Según su hermano Cayetano, tenía “un diamante en la punta”.
Don Hugo: Yo tenía un amiguito, Federico, hijo de un afamado médico, que se negó en rotundo a viajar con su padre desde Sevilla a Buenos Aires cruzando el charco en un transatlántico… ¿a qué no sabe por qué?
Don Víctor: Conflicto generacional, sin duda…¡ porque vaya oportunidad un viaje así en aquellos tiempos…!
Don Hugo: ¡Pues nada de eso, don Víctor! Sencillamente porque como la tata no viajaba con ellos, se quedaría sin su tortillita de patatas de cada noche… Si es que, claro, estos caracteres singulares se generaban desde la infancia. Se les toleraba la extravagancia como rasgo de personalidad; entonces a menudo se les acendraba en la adolescencia y ya ¡incluso magnificada para los restos!
Don Víctor: Ahora en que hay tanta libertad, nada de esto se permite. Ya no quedan ni florentinos, ni federicos, ni remigios. Para mí, que la culpa es de la televisión… tanta cadena como hay y al final nos hace a todos iguales.
Don Hugo: No sólo nos decimos más libres, sino que somos objetivamente mucho más opulentos y, sin embargo, parece que no podamos permitirnos ya tan divertidos bufones.