
Don Víctor: ¡Qué rasgo tan caballeresco el de Carlos V comportándose como el primer soldado de sus ejércitos lo mismo en Túnez que en Mühlberg! Fue en ello el último rey medieval.
Don Hugo: Hombre, don Víctor, aunque no tan gallardo, también Napoleón III condujo personalmente a sus huestes hasta la derrota de Sedán.
Don Víctor: Es verdad, lo había olvidado… En este caso, más que de último medieval, podríamos hablar de «último romántico»… ¿no había empezado como carbonario, amigo de la Joven Italia?
Don Hugo: Pues ya me habría gustado a mí asistir, aunque fuera de cochero, a la primera entrevista entre el emperador derrotado y el canciller Bismarck, allí al pie del coche descubierto…
Don Víctor: Yo opino, don Hugo, que toda constitución debería prever, para el caso de una guerra, la obligación del jefe de gobierno de asistir al campo de batalla y compartir el riesgo con los combatientes.
Don Hugo: ¡Bonita ingenuidad!… ¡Se acabaron las guerras para siempre!
Don Víctor: Imagine usted que en lugar de mandar morir a una masa anónima, hubiera que poner las caras y los nombres de sus propios hijos entre los que van al frente… ¡Y además arriesgar la vida propia!
Don Hugo: Hombre, don Víctor, creo que sí, que se lo pensaría mejor… ¿Es suya la idea o la ha tomado usted de algún ensayista o politólogo?…
Don Víctor: Me lo dijo cuando yo era pequeño mi portero Braulio, que era analfabeto.