Verano sueco

Don Hugo: Ayer estuve viendo con Dolores aquella película de Bergman, que nos gusta tanto, «Un verano con Mónica», y me acordé de cuánto disfrutamos aquel verano en Suecia.

Don Víctor: Cómo olvidar aquel pasodoble que nos marcamos los cuatro mientras los suecos bailaban el corro de la patata. ¡Qué felicidad la de ellos y la nuestra!…

Don Hugo: En Bergman se ve muy bien cómo en el verano sueco ocurre todo lo bueno: los baños en los lagos, las excursiones, los picnics, los bailes, las canciones, la eclosión de los amores…

Don Víctor: … y ese sol que, como un niño, nunca quiere irse a la cama y se queda colgado en el horizonte…

Don Hugo: … y esos cerezos enormes henchidos de fruta, los prados crasos y el canto feliz de las aves.

Don Víctor: ¡Cómo se le desarruga el ceño al caballero cuando oyen cantar al ruiseñor mientras saborean unas fresas silvestres bañadas en leche!… ¿De dónde es eso, don Hugo?

Don Hugo: Pues de dónde ha de ser, don Hugo… ¡de «El séptimo sello», que es toda ella una historia tan triste por invernal!

Don Víctor: Nunca fuimos a Suecia en invierno.

Don Hugo: Afortunadamente, don Víctor, porque piense usted en «Luces de invierno». ¿Pueden darse vidas más torturadas y más tristes? En el larguísimo invierno fermentan todos los rencores inter-generacionales, los resentimientos matrimoniales, los temores espirituales. Todos se hieren y se laceran…

Don Víctor: ¿No le parece a usted, don Hugo, que en los últimos once mil años, desde que hace calorcito en esta bendita tierra, lo estamos pasando en conjunto muy bien?

Don Hugo: No había caído, don Víctor… pero lleva usted razón por término medio…

Don Víctor: Piense que la última glaciación, la Würn, duró setenta mil años…setenta mil años pasando frío en la caverna…

Don Hugo: ¡Eso da para millones de rencores inter-generacionales!

Don Víctor: A mí cada vez me gusta menos el frío. Me da miedo que se nos acabe este período interglaciar. Yo creo que he sido más que razonablemente feliz y querría seguir todo el tiempo fuera de la caverna, colgado sobre el horizonte como el buen sol del verano sueco.

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