Volare

Don Víctor: No sé, don Hugo, si podré permanecer más tiempo aquí con usted, porque envuelto en este movimiento incesante de miríadas de criaturas ingrávidas precipitándose en estos cielos, temo que pueda marearme.

Don Hugo: Aguante usted, don Víctor, que yo le tengo. Hágase a la idea de que somos como dos de esos ángeles armados de punta en blanco que se afirman marcialmente en esas sutiles nubecillas que pintara Signorelli.

Don Víctor: Me siento volando sobre ellas… La arquitectura se esfuma a nuestro alrededor… Ya no hay bóvedas, ni muros… todo es cielo y vértigo.

Don Hugo: Es verdad. Cómo pudo atreverse… Infinitos puntos de fuga… todos los escorzos imaginables… figuras que se abisman y otras que se nos vienen encima… ¡una auténtica tormenta cósmica!

Don Víctor: ¿No le parece a usted que esos personajes aterrorizados que flotan sobre algunos cielos goyescos tuvieron que nacer aquí, en Orvieto?

Don Hugo: Desde luego no se le aparecerían en la Sixtina donde el medroso Buonarrotti bien que se guarece entre sus lunetos, cornisas fingidas, arcos fajones pintados, nichos y peanas de trampantojo.

Don Víctor: Trucos de escolar para compartimentar aquella inmensidad en mil pequeños cuadros.

Don Hugo: Claro, como escultor que era, recrea pedestales donde asentar sus macizas criaturas… Aquí el único digno de ser cantado por Modugno es Luca Signorelli.  (cantando:) «Poi d´improvviso venivo dal vento rapito…

Don Hugo y don Víctor (cantando): … e incominciavo a volare nel cielo infinito!»

Deja un comentario