Sicilia

Don Víctor: Sé que disfrutamos muchísimo, don Hugo, pero cada vez que me acuerdo de Sicilia, tengo una cierta sensación de que quedó usted triste y no hemos hablado de ello nunca.

Don Hugo: Ha acertado usted, don Víctor, y no quise expresárselo por no desilusionarle dado su entusiasmo ante el dórico de los santuarios…

Don Víctor: … los mosaicos bizantinos de sus basílicas normandas…

Don Hugo: … su barroco español…

Don Víctor: … sus paisajes míticos y además tan variados…

Don Hugo: … y aquellas villas romanas con chicas en bikini…

Don Víctor: ¿Acaso le decepcionó ese abuso en la cocina del concentrato di pomodoro en una isla que rebosa de excelentes tomates?

Don Hugo: Hombre, algo de eso hubo, pero sería tan sólo una causa menor.

Don Víctor: ¿Acaso la suciedad endémica que engorrina carreteras y calles?

Don Hugo: Algo de eso también, pero no para ahí la cosa.

Don Víctor: ¿Acaso la incuria que mantiene derruidos palacios e iglesias desde la Segunda Guerra Mundial?

Don Hugo: Claro, claro, don Víctor, y más cosas…

Don Víctor: Ya veo… la corrupción que permite la especulación urbanística más desbocada que ha llevado, por ejemplo, a la destrucción de la Conca d´Oro.

Don Hugo: Todo eso… ¡y muchísimo más pues qué me dice usted, por ejemplo, de tanto niño en las garras del crimen organizado, traficando con drogas, y que son futuros asesinos potenciales!

Don Víctor: Como aquellas criaturas esclavizadas en la mina, que denunciara Maupassant.

Don Hugo: ¡Cuánto lamento el martirio de tantos sacerdotes, profesores, jueces, comerciantes, policías, carabinieri, militares, políticos!

Don Víctor: La Mafia no es ninguna broma, por más que en todos los puestecillos para turistas suene la música de “El Padrino”.

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