
Don Víctor: Una de las cosas que más temo, don Hugo, es que un día, en las lecturas de la misa, me larguen la historieta de Sansón. Tengo pensado, en cuanto me dé cuenta de qué se trata, ponerme en pie y, como si estuviera indispuesto, salirme a la calle a toda prisa.
Don Hugo: ¡Vaya susto que le va a dar usted a Julita!… pero, don Víctor, ¿qué manía le ha entrado a usted ahora?…
Don Víctor: ¡Qué va!… Si esto me viene ya, creo yo, desde mi primera comunión. Además, con Julita ya lo tengo hablado: con susurrarle “Sansón”, ya lo entenderá.
Don Hugo: Le he visto muy callado allá adentro, don Víctor: esto de cortarse el pelo, para mí, que le ha resucitado un conflicto adormecido y mal resuelto…. ¡Mire que hemos ido veces a la peluquería!, pero cuénteme, cuénteme…
Don Víctor: En primer lugar, don Hugo, ¿cómo todo un señor juez de primera instancia de Israel, designado por Dios, puede llegar a ser tan tonto que la filistea Dalila le intente sonsacar el secreto de su fuerza por tres veces y que él no sospeche nada?
Don Hugo: ¡Claro que se da cuenta!, ¡si por tres veces la engaña!… cada vez que Dalila lo intenta, ora atándole con cuerdas de arco mojadas, ora con cuerdas nuevas y, al final, anudando con hilos del telar sus siete trenzas y asegurándolas con una clavija, para que lo asalten los filisteos, Sansón puede siempre con todos.
Don Víctor: Ahí tiene usted las pruebas de la condición traidora de su amante… y, a pesar de ello, le llega a revelar, al final, la verdadera y única manera de acabar con su fuerza: raparlo.
Don Hugo: Hombre, don Víctor, es que Sansón es un claro ejemplo de la prepotencia del narcisismo aún no desgajado de la dependencia de la madre y esta Dalila no sería más que la posterior erotización, en la fase genital y última del desarrollo psico-libidinal, de aquélla como fuente de placer adulto. Y, claro, una madre siempre querrá saber, pero nunca traiciona.
Don Víctor: Calle, calle, que hay más. En segundo lugar, ya pelado, lo ciegan y lo ponen a mover él solito la muela de una tahona… ¿En qué cabeza cabe si ya no tenía vigor?
Don Hugo: Eso es irrebatible.
Don Víctor: Y en tercer lugar: ¿cómo, si ya no es un secreto que su fuerza estriba en su melena, dejan que le crezca de nuevo, en lugar de llevarlo al peluquero?
Don Hugo: Indudablemente, don Víctor, ¡un mal guión!
Don Víctor: Y entonces, don Hugo, cuando proclamen al final del relato: “Palabra de Dios”, ¿cómo voy yo a darlo por bueno y, para más inri, alabarlo?