
Don Víctor: Y al único que pensaba con la cabeza, lo eliminaron enseguida.
Don Hugo: ¡Pobre Jaurès!… Si ya lo dice Tucídides que, con ocasión de las guerras, tanto en uno como en otro bando, medran los más salvajemente exaltados y despiadados, mientras que toda persona razonable es atropellada.
Don Víctor: ¡Cómo celebraron el estallido de la guerra futuristas, con Marinetti a la cabeza, y, en Francia, Apollinaire y Blaise Cendrars!
Don Hugo: Sí, claro, lo que a ellos tanto les seducía, la guerra se lo ofrecía gratis: la velocidad, la emoción, el dinamismo, la aviación, el heroísmo, en definitiva poner la vida al tablero.
Don Víctor: Si hubieran sido verdaderos artistas, debieran haberse metido a torear.
Don Hugo: Yo comprendo, don Víctor, que a un organismo joven, con las hormonas haciéndole bor bor, ávido de adrenalina y emociones más que fuertes, la guerra lo atraiga, pero no dejarán de ser cantos de sirena.
Don Víctor: Claro, don Hugo, aquéllas que se pretendían marchas triunfales y heroicas fueron a parar en un confinamiento atroz, en lodazales hirvientes de piojos, ratas y carroña.
Don Hugo: Y aún quedarían supervivientes que añorasen la guerra, como aquéllos de Galdós.
Don Víctor: ¡Ah, sí!, cuando, tras el abrazo de Vergara, dice el capitán Ibero que está triste porque le gustaba el delirio, la barbarie, la guerra en fin.
Don Hugo: Y Calpena le responde que “seremos siempre jóvenes, es decir, guerreros”.