Ciudades paralelas

Don Víctor: Se lo aseguro a usted, don Hugo: cada vez que cruzo los propileos, me conmueve cómo la arquitectura ideal de los griegos era capaz de edificar a sus ciudadanos.

Don Hugo: Sí, y su pendant educativo fue el teatro, que los acostumbró a escuchar los alegatos de los héroes, a emocionarse con los lamentos de las víctimas, a estremecerse con las sentencias de los dioses.

Don Víctor: Y en el gimnasio aprendían la praxis de la superación, de la perseverancia, del esfuerzo.

Don Hugo: ¿Y a usted, don Víctor, le parece que pudieron intuir la influencia que en la posteridad iban a dejar estos ideales?

Don Víctor: Estoy completamente convencido de ello. Pueblo viajero y comerciante, tenía un conocimiento de primera mano de todo el mundo antiguo y de ese cotejo no podían extraer más que la conciencia de sus virtudes.

Don Hugo: Por mucho que hubiera grandes estados territoriales que acumulaban y ostentaban riquezas ingentes y un poder militar abrumador.

Don Víctor: Incluso entre el mosaico de las ciudades-Estado griegas, Atenas fue modelo de amor a la belleza sencilla, de culto sereno al espíritu, de concepción estrictamente utilitaria de la riqueza material, de uso previo del diálogo, así como de la reflexión de pros y contras ante cualquier empresa, de audacia sin temeridad, de generosidad hidalga, de capacidad de adaptación.

Don Hugo: Fíjese usted, don Víctor, que se me antoja que el caso de Florencia es un digno parangón. Cuando Poliziano y Marsilio Ficino dialogaban sobre estas cosas, no podían sino establecer paralelismos irrenunciables entre ambas ciudades y su momento estelar; los pequeños Estados italianos, entre los que deslumbraba Florencia, eran como la Grecia de las polis. España o el Turco bien podían hacer las veces de descomunales Persias.

Don Víctor: Usted y yo, don Hugo, junto con todos los que nos han enseñado, no existiríamos sin aquella nuova Atene.

Don Hugo: Me he preguntado muchas veces cuál es el alma de estas dos repúblicas capaces de elevar a sus ciudadanos en lo moral y en lo cívico… Creo que la clave está, en parte, en aquello que les dijo Pericles a los atenienses en sus arengas: “Nuestros ciudadanos sienten el mismo interés por sus asuntos propios y por la política… somos el único país que considera al que no participa en la vida en común, un ocioso o un inútil… y decidimos o discutimos con sumo cuidado los asuntos de Estado”.

Don Víctor: ¡Qué envidia de políticos y qué envidia de ciudadanos!

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