Piernas

Don Víctor: ¡Es que debía de ser incansable a la hora de caminar!…

Don Hugo: Pero si cuando estalla la Comuna, parte a pie desde su ciudad, que está en las Ardenas, hasta París ¡y sin pensárselo dos veces!

Don Víctor: ¿No dijo Verlaine algo sobre sus piernas?…

Don Hugo: Sí, «Oh, Rimbaud, les jambes de Rimbaud!»

Don Víctor: ¡Eso!… y a continuación sus detractores lo interpretaron maliciosamente y llevaron el elogio al plano erótico.

Don Hugo: Descontextualice usted un pensamiento, don Víctor, y habrá arruinado el poder comunicativo del lenguaje y su potencia como instrumento de conocimiento, de debate, de intercambio de ideas y de aproximación a la verdad.

Don Víctor: Esto es la pura mala fe, don Hugo; frente a ella, lo mejor es callar para no proporcionar más armas al enemigo… pero ¿qué me dice usted de la incompetencia de algunos redactores de prensa?

Don Hugo: ¡Qué forma de redactar titulares y epígrafes! ¡Qué manera de traicionar las tesis del entrevistado, destacando frases extraídas de un pasaje irónico y presentándolas como postulados y creencias!…

Don Víctor: … o exponiendo como afirmación lo que se enuncia como duda o como pregunta retórica…

Don Hugo: ¡Cuánto daño no harán la precipitación, la ignorancia y la presunción!

Don Víctor: Por eso, déjeme usted que le diga que me decepcionó un poco su amigo Blanco Freijeiro a quien fuimos a ver para que nos comentara aquellos bronces griegos que habían traído para una exposición.

Don Hugo: ¡Es verdad!, ¡qué korai, qué kouroi!

Don Víctor: De uno de aquellos kouroi, especialmente impresionante, es de lo que quería hablarle… cuando, después de contemplarlo largo rato, su amigo el catedrático abrió la boca, sólo fue para exclamar: «¡Qué piernas!»

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