Lectores

Don Víctor: Aquí lo tiene usted, don Víctor. Han montado el expositor de obra de Galdós con aquello de su centenario y ¡ni por ésas!… Me ha dicho la bibliotecaria que ninguno de los lectores se ha llevado prestado un solo volumen.

Don Hugo: Si es que a don Benito, según documenta estadísticamente el estudioso del que le he hablado, ya en su época lo leían más bien poco, a pesar de la fama de sus «Episodios Nacionales», frente, por ejemplo, a un autor olvidado hoy en día como pueda ser Felipe Trigo.

Don Víctor: Muchas veces me he preguntado, a la vista de los escaparates de las librerías, por qué lee la gente que todavía lee…

Don Hugo: Y bien, ¿ha llegado usted a alguna conclusión?

Don Víctor: No sé, don Hugo, no sé… lo que constato es que cada vez se prescinde más de los autores clásicos…

Don Hugo: Claro, don Víctor, es mucho más arduo e incómodo acercarse a la obra de arte consagrada porque ya desde el momento de su creación suponía una exigencia intelectual al receptor y es que además el paso del tiempo le añade distancia formal y contextual.

Don Víctor: Es verdad… ¡qué trabajo!… pero, entonces, ¿para qué echarse encima la tarea de leer?

Don Hugo: Creo que habría que establecer una clara distinción entre amor por la literatura y compulsión a la lectura.

Don Víctor: Siga usted, don Hugo, que empiezo a percibir una luz…

Don Hugo: El lector compulsivo busca que el libro llene su tiempo, que lo entretenga sin exigirle, mientras que el amante de la literatura pide guerra: que lo sacudan, que le metan en problemas, que lo arrebaten, que le hagan dudar y reflexionar…

Don Víctor: ¡Que le cambien la vida!

Don Hugo: Ante esta cultura fácil del entretenimiento, del consumo y de la mercantilización de las artes, afirma Pasolini que, para llegar a determinadas conclusiones, se ha de ser «un hombre antiguo que haya leído a los clásicos y recogido las uvas de la viña».

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