¿Cobardes?

Don Hugo: Y el general gritó: «Ai cannoni!» y los soldadinis oyeron: «Ai camioni!»

Don Víctor: Ni que fuera una batalla del género chico.

Don Hugo: Calle, calle, que hay más… ¿Sabía usted que después de esta batalla, los italianos pasaron a llamarse «itali»?… Claro, como que el «ano» se lo habían dejado aquí, en Guadalajara, ¡de tanto correr!

Don Víctor: Y sin embargo, mi tío Tomás…

Don Hugo: ¿El aviador que luego se estrelló?

Don Víctor: Ése… pues yo le oí contar en casa que los italianos no tuvieron protección aérea porque la aviación nacional no pudo despegar, creo que desde Soria, donde hacía muy mal tiempo; pero que ellos, los republicanos, contaron con un tiempo despejado y pudieron desbaratar las columnas italianas.

Don Hugo: No se lo niego a usted, don Víctor, pero lo que ha quedado, y que es lo que importa, es el mito; y es que además los antecedentes y los consecuentes no ayudan a desmentir la fama de cobarde del italiano.

Don Víctor: ¿Recuerda usted, don Hugo, aquella opinión de un general británico sobre lo que les esperaba en las Malvinas, según encontraran entre los defensores a descendientes de españoles o de italianos, y de las dificultades que podrían surgir en el primer caso?

Don Hugo: Y aquella canción que hablaba de los motivos del llanto: «Vedi, queste lacrime che scendono…»

Don Víctor: Ah, sí, ¡la de Little Tony!… A Julita le encantaba.

Don Hugo: … cuando dice (cantando): «Forse un soldato piange perché ha paura».

Don Víctor: Eso sólo osa cantarlo un italiano.

Don Hugo: ¿Y ese chiste de cuando la Segunda Guerra Mundial?… se acordará usted… El Duce se asoma al balcón del Palazzo Venezia. Una multitud rugiente lo aclama. Mussolini requiere de un voluntario para una peligrosísima misión y contando con que pueda haber incluso muertos por la disputa de tal honor, decide desprenderse de una pluma de su sombrero de bersagliero y la suelta sobre el gentío enfervorizado para que el afortunado al que le caiga, se presente en su despacho a recibir órdenes. Cuando pasadas varias horas, el Duce se impacienta, pregunta al Conde Ciano qué ocurre. Éste le contesta que está toda la plaza soplando hacia arriba.

Don Víctor: Sí, ya lo recuerdo. En otros países era igual. Leí que en el Kabarett der Komiker, en Berlín, se mofaban de los combatientes italianos: «¿Qué retrocede y no es un cangrejo?» Y el público se desternillaba.

Don Hugo: También los divisionarios españoles llamaron «italiani» al regimiento 262 del coronel Sagrado porque, machacado por la artillería soviética y tras grandísimas pérdidas, hubo de retroceder cinco kilómetros.

Don Víctor: Mire que la última vez en que estuvimos en Roma Julita y yo, quise leerme todas las inscripciones que rodean ese gran edificio de la EUR…

Don Hugo: ¿Los de las glorias de los italianos en todos los campos? Es imposible que quepan todas.

Don Víctor: ¡Y fíjese que no alcancé a encontrar ni soldados ni militares ni conquistadores!

Don Hugo: ¡Y eso que lo erigieron los fascistas!… Por mucho Risorgimento y ocultamiento de la presencia española en Italia, ahí está el dicho: «Con la Francia o con la Spagna pur che si magna».

Don Víctor: En el arte de la esgrima, siempre se les reprochó a los italianos ser inferiores a los españoles por sus espadas demasiado largas.

Don Hugo: Pero, don Víctor, si ya era un tópico literario en plena edad Media: cornualleses y lombardos eran unos pueblos cobardes.

Don Víctor: Claro, por eso Prodi y Berlusconi, garantes de la tradición, pagaban a los talibanes para que no atacaran al contingente italiano destacado en Afganistán. La tangente, militar en este caso…                                 

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