La Magdalena de Saint-Maximin

Don Víctor: Esta especie de peregrinación a Saint-Maximin me parece más propia de Dalí y Delvaux que de nosotros; tengo que decírselo, don Hugo.

Don Hugo: ¡Quia, don Víctor!… Menos escrúpulos. Como si esos dos artistas nos fueran ajenos…

Don Víctor: ¿Pero no es, de verdad, el cráneo de la Magdalena?

Don Víctor: Quién sabe. Lo más probable es que no lo sea, pero qué más da.

Don Víctor: Yo preferiría quedarme con los simulacros de Ribera o la talla de Pedro de Mena, que parece una top model luciendo la última extravagancia de Jean-Paul Gaultier.

Don Hugo: El gran apóstol del surrealismo, André Breton, sancionó esa exaltación enfermiza de lo macabro, remitiéndose al Conde de Lautréamont y al relato gótico británico.

Don Víctor: Clara herencia del Romanticismo. Ya dijo el propio Breton que ellos representaban la cola prensil del Romanticismo.

Don Hugo: No lo puede decir más claramente Freud…

Don Víctor: ¡Lo último que se me habría ocurrido!

Don Hugo: … nuestras psiques son como esas ciudades antiquísimas que, por muchos escombros, pavimentos, nuevos edificios que acumulen sobre lo anterior, aunque lo oculten, no impiden que siga rezumando y emitiendo unas emanaciones que impregan la ciudad viva.

Don Víctor: El culto medieval a las reliquias, los lares de los romanos, los altares familiares de los japoneses, los muertos enterrados bajo la casa en el Neolítico…

Don Hugo: En definitiva, la inhumación del Padre dando lugar al Super-yo.

Don Víctor: Frente a este primor dorado, tan pulcro, tan estilizado, tan sutil, tan tierno, qué bascas no le vienen a uno cuando repara en el horror del elemento primitivo que anida en lo más profundo de la civilización.

Don Hugo: A pesar de las apariencias, siempre vi en Dalí un auténtico moralista tardo-medieval.

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