
Don Hugo: Calla usted, don Víctor; por tanto me da la razón.
Don Víctor: …
Don Hugo: Bueno, pues entonces, sentado eso, ya podemos seguir hablando.
Don Víctor: Seguiremos hablando, don Hugo, pero sobre la base de que no ha quedado sentado nada.
Don Hugo: ¿Cómo, es que acaso su silencio no otorgaba…?
Don Víctor: Si su afirmación hubiera sido malintencionada, ¿de qué valdría cuanto yo le contestara con mis mejores silogismos y mis más contundentes ejemplos?
Don Hugo: Pero hombre, don Víctor, ¡cómo puede usted pensar mal de mí?
Don Víctor: Sé que su provocación era una broma, pero quería poner de manifiesto que, contra la mala fe, la palabra no puede nada y que el refrán de marras sólo favorece a malévolos y arteros.
Don Hugo: “Protervos”, que diría nuestro amigo Lopetegui…
Don Víctor: Fíjese usted, don Hugo, cómo se muestra de lacónico Cristo tanto ante el Sanedrín como ante Pilatos… ¿Para qué contestar si estaba condenado de antemano?
Don Hugo: Vamos, que al Salvador sólo le faltó abrir los brazos y exclamar como Lola Flores: “¡Que me fusilen!”