
Don Víctor: Para el inglés…
Don Hugo: el irlandés.
Don Víctor: Y para el francés…
Don Hugo: el belga.
Don Víctor: Y para el griego…
Don Hugo: el turco.
Don Víctor: Y para nosotros…
Don Hugo: ¡el portugués!
Don Víctor: También todo esto se ha perdido en una indefinición globalizante que ha limado la ironía.
Don Hugo: Sí, don Víctor, ya no hay sitio para los chistes de nacionalidades.
Don Víctor: ¿Recuerda usted ése del epitafio que enumera en condicional todo cuanto habría hecho el difunto… o mais grande navegante, o mais grande medico, o mais grande artista… de no ser porque naciera muerto?
Don Hugo: O ese otro en que en una convención militar europea tras la Segunda Guerra Mundial, donde cada uno luce sus medallas, aparece un general de Portugal (país neutral), tan condecorado que no se le ve ni el color de la guerrera. Ante la perplejidad de sus colegas, héroes de asedios, desembarcos, batallas, naufragios y ofensivas-relámpago, el buen luso explica con orgullo: “Boa conducta”.
Don Víctor: El caso es que esa fama de grandilocuentes y beocios algo se acomoda con su torpe gobierno y las oportunidades perdidas: Colón y Magallanes
Don Hugo: ¡Vaya ojo de cazatalentos!
Don Víctor: ¿Recuerda usted, don Hugo, aquel paseo que dimos usted y yo en barca por el río Cher?
Don Hugo: Sí, claro, la alquilamos en el embarcadero que queda poco antes del castillo de Chenonceau.
Don Víctor: Íbamos tan enfrascados en nuestra plática que, remando mecánicamente y habiendo alcanzado ya una cierta velocidad, arremetimos de frente contra uno de los espolones que sustentan al castillo. ¡Qué estruendo! Cómo crujió la barca que, sin embargo, salió indemne del golpe y, pasando por debajo del puente, prosiguió su navegación hasta el siguiente embarcadero. Había un buen francés pescando desde el antepecho de una de las ventanas. El hombre no daba crédito. Se asomó entonces -qué deprisa tuvo que correr- a una de las ventanas de la fachada opuesta para ver de nuevo a esos fenómenos río abajo.
Don Hugo: Ah sí, y entonces usted se puso de pie y, volviéndose hacia él, le gritó: “Nous sommes portugais!”