
Don Hugo: Y entonces, don Víctor, en ese vídeo Ghiaurov le decía que de poner dos tenores en Fausto, uno para hacer el viejo y otro para el rejuvenecido… ¡que de eso nada!, ¡que para eso estaba él, que encarnaba muy bien ambas edades!
Don Víctor: ¡Exactamente! Lo que ocurre es que como Kraus se toma tan a pecho sus personajes, entre que enmohece su timbre para interpretar al anciano desencantado y que la partitura le tiene media hora monologando una gimiente letanía que contrasta con el brillo y la facundia de un exultante e histriónico Mefistófeles…
Don Hugo: Claro, claro, que el primer acto de la obra, inoportunamente, no le permite al protagonista sacudirse su apagamiento.
Don Víctor: Es verdad, don Hugo, y eso, en un espectáculo tan largo como la ópera, cuando los demás personajes ya se han lucido, tiene que ser muy duro.
Don Hugo: Pero… ¿y el contraste al operarse el prodigio y surgir el joven Fausto reclamando placeres?
Don Víctor: ¿No le parece a usted que cincelar un personaje hasta tal extremo puede desequilibrar el conjunto de la obra?
Don Hugo: Es lo que dice Delacroix con la pintura: que aquéllos que detallan en exceso la concreción de una figura, arruinan la unidad del cuadro. Y sin embargo en el teatro…
Don Víctor: ¡Y Kraus siempre nos recordaba que la ópera es teatro!
Don Hugo: … si cada personaje estuviera bien acerado…
Don Víctor: ¡Eso es!, ¡hasta hacer daño!
Don Hugo: … y el director es inteligente, la función no puede sino beneficiarse.
Don Víctor: Es el conjunto el que cuenta y sólo puede ser sublime si cada uno de sus componentes lo es y entonces se obra una verdadera transfiguración.
Don Hugo: Si hubiera tenido ocasión, aquella vez en que pudimos hablarle, le hubiera dicho: “Siga haciéndolo así, maestro: al viejo como viejo y al galán como galán”.
Don Víctor: Y además es que, ¡gracias a Dios!, no habría sabido hacerlo de ninguna otra manera.