
Don Hugo: Vamos a dejarlo en aquel rincón, a la espera de que Julita y Dolores, con su buen criterio, decidan en qué pared colocarlo.
Don Víctor: Sí, claro, don Hugo, pero ha de ocupar un lugar preeminente. ¡Que se vea!, que para algo es Mimi Pinson.
Don Hugo: No sólo porque este cartel sea francamente atractivo, sino sobre todo para que dé ejemplo de abnegación y desprendimiento.
Don Víctor: Esta griseta mantiene siempre su alegría proverbial y su dignidad, a pesar de vivir condenada a compartir el lecho con sucesivos estudiantes que completen sus magros ingresos como costurera.
Don Hugo: Todas ellas estaban condenadas a hacerlo. No les llegaba para vivir, tal y como los estudios de Harvey y Diveau tienen demostrado.
Don Víctor: Eran uniones de conveniencia en una época en que todos los matrimonios eran de conveniencia. Algo de libertad le quedaba a la griseta que, si bien era elegida, también ella elegía.
Don Hugo: Pero la literatura, don Víctor, nos ha demostrado aún más, ocupándose de las verdaderas prostitutas de gran bondad, desde la callejera a la gran cortesana. ¿Quién hallaría una pizca de maldad en la Sonia de “Crimen y castigo”?
Don Víctor: ¿O en el objeto de burdel que es Boule de Suif?
Don Hugo: Ni siquiera en la cortesana de campanillas, Margarita Gautier.
Don Víctor: Por mucho que, para mantener su tren de vida, tuviera que recurrir simultáneamente a más de un amante millonario.
Don Hugo: Los literatos no hacen sino seguir el ejemplo de Cristo: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”.