Galatea

Don Víctor: ¿La segunda parte del mito griego de Pigmalión, don Hugo?

Don Hugo: No se asuste, don Víctor: ¡traducido al español!… Una pregunta lleva en el aire siglos…

Don Víctor: Es acaso por qué Pigmalión elige el mármol para esculpir a esa muchacha, en lugar de modelarla delicadamente con cera…

Don Hugo: Probablemente fuera un escultor arcaico que desconociera todavía la técnica de la fundición en bronce… Todo eso está muy bien, don Víctor, pero lo que interesa es hipotetizar sobre la conducta de aquella doncella después de que cobrara vida…. ¿Correspondió al amor del escultor, la sedujo la apostura de los jóvenes aprendices que frecuentaban el taller del maestro, la raptó algún tirano, huyó más allá del horizonte para ser libre?…

Don Víctor: Es verdad que el creador, como el maestro, dando forma a otras criaturas, tiende a su posesión y le entristece la sola idea de que use su libre albedrío. No querría separarse nunca de su obra para complacerse contemplándola constantemente.

Don Hugo: Sí, es lo que en psicología se llama “adherencia”…. Y ¿qué decir entonces del llamado “efecto Pigmalión”, que no es otra cosa que una manipulación, inconsciente, ¡eso sí!, por parte del investigador para que su experimento arroje los resultados apetecidos?

Don Víctor: Míster Higgins, el de Bernard Shaw, es la versión moderna del mito y lo deja bien claro.

Don Hugo: También lo es el viejo Geppetto, pero él, como buen meridional, en lugar de tener atrapada a su criatura en su tela de araña, aunque lleno de aprensión, envía al inocente niño de palo a la escuela. Y Pinocho, en la calle, desobedece y se rebela contra sus instrucciones a la primera insinuación.

Don Víctor: Hombre, don Hugo, no es lo mismo una relación paterno-filial que otra amorosa, tinta en erotismo.

Don Hugo: Es que en la fusión culminante de alma y cuerpo, la libertad queda dichosamente abolida.

Don Víctor: No quiero preguntarle cómo acaba su novela, que pienso leérmela de cabo a rabo. Lo que sí le digo es que de no haber obrado Afrodita el milagro solicitado, Galatea seguiría hoy en día deslumbrándonos con su lozanía en el centro de una sala del Museo Británico.

Don Hugo: ¡Bravo, don Víctor! La diosa, al darle la vida, la mató.

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