
Don Víctor: Parece que vivamos para pregonar constantemente nuestra existencia.
Don Hugo: Fuera de Instagram o de Facebook no somos nadie.
Don Víctor: Como si nuestra vida tuviera que amoldarse al ritmo del vídeo-clip…
Don Hugo: Cada nuevo selfie ha de ilustrar un cambio de actividad, de compañía y de escenario.
Don Víctor: Sí, Don Hugo, tales son las tres nuevas unidades aristotélicas… ¡Y no se me duerma, que como tarde un poco en emitir el siguiente spot, pasa usted a no ser nadie!
Don Hugo: Tanto cacarear tópicos como aquello de la “sociedad de la imagen”…
Don Víctor: Sí, que “una imagen vale más que mil palabras”…
Don Hugo: … y ¡qué poco se repara en hasta qué punto la tiranía de la imagen ha aherrojado mentalidades y comportamientos!
Don Víctor: Como aquellos obreros que salían de la fábrica, cuando nadie conocía el cacharro de los Lumière y desfilaban con total naturalidad; pero en cuanto que el público conoció lo que era el cinematógrafo, cuántos saludos y mohines a la cámara, qué recomponerse el tocado y la expresión, aquel avisarse unos a otros y tantos azoramientos y exhibicionismos…
Don Hugo: Esto, don Víctor, es como un río que tuviese la obligación de hacerse notar constantemente saltando uno a uno los peldaños de una escalinata interminable…
Don Víctor: ¡Cascadas artificiales!
Don Hugo: … cuando la vida nace ruidosamente como un torrente en la montaña, bulle y alborota en los años mozos…
Don Víctor: El curso alto de la vida…
Don Hugo: … fluye silencioso otras veces, se precipita inesperadamente en desniveles con estruendo a veces trágico, se remansa, se adormece dibujando meandros…
Don Víctor: Me temo que vamos llegando ya al curso bajo… como usted y yo, don Hugo.
Don Hugo: … hasta que “va a dar en la mar, que es el morir”.
Don Víctor: En definitiva, que tanta imagen…
Don Hugo: ¡Cada imagen es un epitafio!
Don Víctor: … convierte la fluida realidad…
Don Hugo: … en una sucesión de tramos congelados.
Don Víctor: Y ahí se queda el pobre río, cristalizado y de cuerpo presente.