
Don Víctor: Y es que, para más inri, en muchos sitios ¡el café suele ser malísimo!
Don Hugo: Yo estaría dispuesto a perdonarlo siempre y cuando el tema me interesara e incluso lo conociera previamente, pero, claro, suele quedar al albur del gallo de la tarde…
Don Víctor: Y es que muchos vienen a oírse y sobre todo a hacerse oír, más que a escuchar, intercambiar pareceres, construir y acercarse a la verdad…
Don Hugo: A mí me resulta intragable la monopolización del discurso, ese hablar para que los otros no hablen.
Don Víctor: ¿Y qué me dice usted de la heterogeneidad de los contertulios?
Don Hugo: Pues que cuanto más numerosa la tertulia, mayor proporción de indigentes congregados que degradan el coloquio, derivándolo hacia cuestiones triviales y personales y, en cualquier caso, prácticamente ajenos al tema…
Don Víctor: Total, que brillan la impropiedad y la confusión…
Don Hugo: Y no falta una claque parasitaria que jalee y refrende un inevitable extravío…
Don Víctor: La verdad, don Hugo, es que socráticos como usted y como yo, ya vamos quedando bien pocos… pero entonces, ¿por qué decía usted que le encantan las tertulias?
Don Hugo: Naturalmente, don Víctor, y me apunto todos los días si usted quiere… eso sí, con la condición de que nos reunamos sólo usted y yo.
Don Víctor: ¡Acabáramos, don Hugo!… ¡Ale, vamos a nuestra tertulia del Viena!