
Don Víctor: Este Mengs sabe tanto que sabe lo consabido.
Don Hugo: Su Parnaso, de tan perfecto, resulta insípido… ¡Cuánto mejor no se ocupó de estas cosas el Ticiano!
Don Víctor: Las normas que predica el tedesco, le atenazaron. Teoriza tan escrupulosa y obsesivamente que ¡cómo contradecirse a sí mismo!
Don Hugo: Qué fácilmente se desliza desde el decoro al exceso de pudor y de ahí a la gazmoñería…
Don Víctor: A mí llega a sacarme de mis casillas. ¿No le parece, don Hugo, que le hubiera convenido un buen susto?
Don Hugo: ¿Qué le parecería quitarle a este Apolo tan merengue esas Musas tan atildadas y trasladarlo, como Mefistófeles al doctor, en medio de un aquelarre goyesco?
Don Víctor: ¡Vaya un patatús que le hubiera dado al buen don Anton Raphael!
Don Hugo: La verdad es que, con esto del aquelarre, le hemos plantado al pobre en sus antípodas… Y en cuanto a Goya, ¿no cree usted, don Víctor, que la falta de formación académica favoreció su temeridad?
Don Víctor: En el atrevimiento funda sus mayores logros.
Don Hugo: Lo que dice Leonardo: «Quien dispute alegando autoridad, no muestra genio, sino memoria».
Don Víctor: Todo eso es cierto, don Hugo, pero ¡vaya unos buenos revolcones que no le acarreó a don Francisco ese mismo arrojo!
Don Hugo: Lo que usted y yo tenemos ya dicho, que era muy irregular.
Don Víctor: De haber nacido en nuestra época, hubiera sido del Aleti.
Don Hugo: Merengue, ¡imposible!