La última mano de Pétain

Don Hugo: No sé qué decirle, don Víctor… si fue un nuevo Cincinato o un anti-Cincinato.
Don Víctor: Hombre, Cincinato, por tener ochenta años, no quiso ya comprometerse asumiendo una nueva dictadura… mientras que Pétain, con ochenta y cuatro, aun no teniendo nada que ganar y todo que perder, bien que la aceptó.
Don Hugo: Aunque en Francia se nos crucificaría por decirlo, para mí, don Víctor, que ese paso lo dio por patriotismo. A otro viejo como él, no le pillan.
Don Víctor: No obstante, don Hugo, me pregunto yo si no pesaría también en su decisión su enemiga hacia la república en crisis, a la que tanto culpabilizó de la derrota.
Don Hugo: Hombre, qué duda cabe que Pétain no era precisamente del Frente Popular, pero yo creo que su colaboracionismo le vino impuesto por las circunstancias. Sobre todo le animaba el deseo de ahorrar padecimientos a su país. Se sintió siempre soldado y nunca político profesional.
Don Víctor: Pues más a mi favor… ¿No se parece eso bastante al fascismo?
Don Hugo: Sí, pero, por otra parte, piense usted en de Gaulle. Otro militar que desconfía de los políticos y al que, sin embargo, la Historia consagra como su oponente.
Don Víctor: Le concedo a usted, don Hugo, que la ideología de de Gaulle nunca estuvo clara y, si es que tuvo alguna, quizá no distara tanto de la del mariscal.
Don Hugo: Mire usted, don Víctor, aquello fue una partida de cartas. Pétain, al estar convencido de la victoria final del Eje, apostó por subirse al carro del vencedor y dejar a Francia en una buena posición en el nuevo orden europeo. De Gaulle, más joven y arriesgado, apostó por el muy improbable triunfo de los Aliados, reducidos en aquel momento a la coventrizada Inglaterra.
Don Víctor: A eso se le llama órdago a la grande.
Don Hugo: Y tener buena estrella…. Para Pétain quedaron las abyecciones de Vichy y cargar él solo con las culpas de toda Francia.

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