Como te ves, me vi

Don Víctor: Me parece, don Hugo, que nos hemos pasado de largo. Yo le quería enseñar…
Don Hugo: ¡No nos hemos de pasar!… si parece esto una gusanera… está hoy el Rastro, ¡que no se ven ni los puestos!
Don Víctor: ¿Gusanera, dice usted? ¡Y tanto! Si en el fondo el Rastro es como un cuadro macabro de Valdés Leal. Aquí estamos los gusanos rebullendo sobre los cadáveres.
Don Hugo: Extraño mercado… porque, en definitiva, ¿qué venimos a buscar entre los despojos de los difuntos?
Don Víctor: Una dentadura usada, quizá; acaso una lavativa de cuando se utilizaban; un perchero manco, tal vez…
Don Hugo: No siga usted, don Víctor… ¡que me lo compro todo!
Don Víctor: ¿No cree usted que esta afición por objetos tan gastados, e incluso exhaustos, no responda al mismo deseo de tener junto a nosotros el verdadero cadáver de Cristo, magullado, tumefacto, sanguinolento, dislocado?
Don Hugo: Sí, un Cristo de verdad, no resucitado, con su pelo y con sus uñas, crecidos después de muerto.
Don Víctor: Nada de que al tercer día resucitara; para nosotros, son tres meses por los menos… como le gustaría a Ramón Gómez de la Serna: ¡verdadera carroña!
Don Hugo: Yo creo, don Víctor, que en España tenemos tanto apego a nuestros muertos que nos lamentamos de que tengan que ir al Cielo.
Don Víctor: A todo hay quien nos gane, don Hugo. Recuerde usted los escritos de Juan Rulfo: en México los muertos siguen entre los vivos.
Don Hugo: A este propósito, ¿qué me dice usted, don Víctor, del museo de momias de Guanajuato?
Don Víctor: Pues que responde a lo mismo… pero, mire, parece que empiezan a aflojar algo estas apreturas del mar de los Sargazos… Aprovechemos esta brisa y vayamos a ver momias.
Don Hugo: “Como te ves, me vi.
Como me ves, te verás”.

Deja un comentario