
Don Hugo: Desde luego, ya es puntería que los tres fueran a enamorarse de mujeres casadas, amén de irreprochables esposas.
Don Víctor: Afortunadamente para nosotros, don Hugo, y para la fama de los propios autores.
Don Hugo: Eso por descontado, don Víctor. Su deseo imposible les genera una tensión psíquica tal que, exacerbando su fantasía, los compele a desahogarse en la creación literaria como sustitutiva de la satisfacción sexual. A su chasco erótico, le debemos la Divina Comedia, los sonetos y el Decamerón.
Don Víctor: Eso está claro, don Víctor, pero también que los tres bebieron de la tradición de la literatura cortés en que el caballero sólo puede morirse por los huesos de la dama desposada…
Don Hugo: … muchas veces incluso señora de su Señor, lo cual dificulta aún más la consecución amorosa y les pone a prueba la lealtad debida.
Don Víctor: Mucho me temo que aquellos caballeros tuvieran más de poetas que de enamorados….
Don Hugo: El arte se asienta en la frustración; y si ésta no se da, se fabrica… ¡Ay, Beatriz, Laura y Fiammetta, cuánto debemos todos a vuestra fortaleza y a vuestra virtud!
Don Víctor: Le diré como aquel examinando: «Ah, ¿pero Petrarca no era la novia de Dante?»