
Don Víctor: Desde luego el padre Justo nos ha colocado en una muy difícil tesitura… Le confieso, don Hugo, que de entrada me repele.
Don Hugo: Lo comprendo bien, pero si le he traído es porque a mí me atrae inevitablemente…
Don Víctor: Admito que su ubicación en alto y su tamaño impresionen de entrada, pero ¿no le parece a usted que tiene ese aspecto endeble y viejo -antes de haberse terminado- de los grandes decorados de Hollywood?
Don Hugo: Se le concedo todo, don Víctor, pero qué arquitecto ha existido nunca ni existirá que pueda dar la imagen cabal de la verdadera Jersusalén celestial. ¿No nos pone a todos este monumento en nuestro verdadero lugar, en relación a Dios?
Don Víctor: Me ha desmontado el primer argumento, pero hay más cosas en este pastiche… ¿Qué hacemos volviendo a las galerías románicas, a los campaniles que contemplan como niños arrobados los rascacielos de la metrópolis, las desalentadoras escalinatas salidas de madre que contrarían el dogma de la accesibilidad, la acumulación desordenada de volúmenes, el quiebro caprichoso de los contornos…?
Don Hugo: Pare, pare, don Víctor… ¡Alto el fuego!… ¿Qué son todos esos excesos sino la expresión plástica ingenua y popular de esa incontenible necesidad de la plegaria incesante, de la agradecida y torrencial entrega al Creador?
Don Víctor: Es que a mis argumentos artísticos opone usted la fe del carbonero y ¿quién es nadie para meterse con la fe del otro ni para escandalizar a los pequeñuelos?… pero reconózcame que esto no deja de ser una monumental mamarrachada.
Don Hugo: ¡De ninguna manera, don Víctor! El padre Justo encarna como ninguno aquello de que por fin es piedra angular la que desecharon los arquitectos… y aquí todo cuanto se levanta hasta recortarse en el cielo fueron antes escombros. Estamos ante un monumental ejemplo de arte sostenible, perfectamente homologable a eso que a usted le gusta tanto, que es el arte povera… ¿Que es ingenuo, que no muestra un conocimiento académico ni técnico, que es espontáneo e imperfecto?… Ahí lo tiene usted. ¡Art Brut! Y bien que disfrutamos en Lausana con todo aquello que había reunido Dubuffet…
Don Víctor: Todo eso está muy bien, don Hugo, pero ¿no será mejor que lo veamos desde aquí, no vaya a ser que nos pille algún desprendimiento?
Don Hugo: Eso me preocupa a mí también, que el Ayuntamiento acabe clausurando, abandonando y finalmente derribando este gigantesco ex-voto, por el peligro que pueda entrañar para la seguridad del visitante.
Don Víctor: Esto se evitaría con sólo la firma de Gaudí como instigador.
Don Hugo: «inspirador», don Víctor… no tenga usted tan mal perder…