
Don Hugo: Este Uccello sabía de perspectiva todo lo que usted quiera, y más, pero sus caballitos siempre me parecen los del tiovivo.
Don Víctor: No se ría usted, hombre, esas formas limpias y contundentes, esos volúmenes tan sólidos, ocupan espacio y por tanto rompen el plano del cuadro. ¿Qué más da que no sean realistas?
Don Hugo: Eso se lo cuenta usted a madame Uccello porque al parecer al marido le gustaban más las rotundidades de aquellos volúmenes ficticios que los de la buena señora.
Don Víctor: ¡Calumnias de Vasari!
Don Hugo: El caso es que Freud se hace eco de esa conseja popular que opone amor a matemáticas.
Don Víctor: ¡Pero con qué monsergas me sale usted ahora, don Hugo!
Don Hugo: No, si Freud no lo sostiene, sencillamente…
Don Víctor: ¿Pero no sabe usted la anécdota del matemático Ampère?
Don Hugo: ¿Quién, el de los amperios?
Don Víctor: Sí, también le daba a la física… Cuenta en su diario cómo estuvo recogiendo cerezas con su novia…
Don Hugo: ¡Anda, cerezas! No en vano Freud afirma que son símbolo erótico.
Don Víctor: Cerezas, sí… Él se subía a los árboles y las iba arrojando a la muchacha, quien las recibía levantando la falda.
Don Hugo: Justo lo que dice Freud… ¿Lo ve usted, don Víctor?
Don Víctor: Más tarde, recostados en la hierba, Ampère comía las cerezas “que habían estado sobre los muslos de la amada”.
Don Hugo: No diga nada más, don Víctor.