Don Juan y Tartufo

Don Hugo: ¿Pero qué veo? ¡Si es el bueno de don Víctor! Tan madrugador como yo.
Don Víctor: No tengo el gusto… Yo soy Tartufo…
Don Hugo: ¡Y yo, don Juan! Y para que me conozcan bien, usted y el mundo entero, ¡fuera la máscara!
Don Víctor: Qué prestancia la suya, don Juan. Por algo ha conquistado usted a tantas:
«In Italia, seicento e quaranta;
in Almagna, duecento e trentuna;
cento in Francia, in Turchia novantuna…»
Don Hugo: «…Ma in Spagna son già mille e tre!»
Don Víctor: ¡Admirable!
Don Hugo: ¡Que admirable, especie de frailuco hipocritón, si usted predica todo lo contrario y previene a las bellas contra mí!
Don Víctor: ¡Malas lenguas que buscan enemistarme con usted por quien profeso sincera admiración! Si yo mismo desapruebo cada vez que oigo que a usted le llaman «perro».
Don Hugo: Tan perro soy como Arístenes y el loco de Diógenes, maestro en la vida libre de toda inhibición y etiqueta.
Don Víctor: Encierran un gran valor las enseñanzas de aquel singular filósofo.
Don Hugo: ¡Perfume de mujer! Pero qué veo… si descienden por la escalera las que parecen Lucrecia Borgia e Iseo la Rubia. Empezaré por la italiana.
Don Víctor: Oiga, don Hugo, no se propase usted, ¡que es mi Julita!
Don Hugo: «Que el orbe es testigo
de que hipócrita no soy,
pues por do quiera que voy
va el escándalo conmigo».

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