El arte de la publicidad

Don Hugo: Nuestra mala conciencia nos llevó a volver el Arte contra nosotros mismos.
Don Víctor: Es verdad, ¿cómo íbamos a tener la desfachatez de seguir regalándonos belleza después de las atrocidades que hemos llegado a cometer?
Don Hugo: Sí, pero por muy abyectos que seamos, no por eso podemos renunciar a la necesidad psíquica de la Belleza.
Don Víctor: ¡Qué ironía! La ascesis a que nos somete el Arte conduce a que, a la postre, sean los mercaderes quienes vengan a aliviarnos de esa añoranza.
Don Hugo: ¡Los mercaderes! Ésos no hacen nada por amor al arte. Los artistas nos lo regalaban todo…
Don Víctor: … mientras que éstos nos traen belleza a manos llenas, pero tan sólo por mejor vender.
Don Hugo: En definitiva, para engañarnos mejor… Belleza mercenaria y mentirosa.
Don Víctor: Resignémonos, don Hugo, es la belleza con que contamos en nuestra época.
Don Hugo: ¡Qué no hubiera dado yo, don Víctor, por haber vivido en la Florencia medicea y poder frecuentar el taller de los Pollaiuoli!
Don Víctor: Hoy en día, lo que tiene que hacer usted, don Hugo, es comprarse el «Elle» y recrearse pasando sus páginas.
Don Hugo: Pues tampoco está tan mal…

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