
Don Víctor: Pues ahora resulta que si la Callas cantaba como cantaba, era porque tenía el paladar en forma de bóveda ojival…
Don Hugo: Tal vez, don Víctor, se hagan eco de la teoría adleriana de la «supercompensación», por la cual un sujeto desfavorecido por la naturaleza en algún aspecto, vuelca toda su energía en superar el problema, acabando incluso por brillar allí donde hubiera debido fracasar…
Don Víctor: Pero, don Hugo, si es todo lo contrario…
Don Hugo: … como, por ejemplo, Demóstenes con su tartamudez.
Don Víctor: ¡Si lo que pasaría es que su voz resonaría con la redundancia del canto en una catedral gótica!
Don Hugo: Ah, ¡caramba!… pero, en cambio, creo que a la Sutherland le arreglaron la boca después de un accidente y, en lugar de abandonar el canto, se convirtió en prima donna assoluta, con aquella bocina de marino que le incrustaron.
Don Víctor: Sí, claro, y Mozart era un subnormal al que le llegaba la inspiración por casualidad y la técnica por ciencia infusa.
Don Hugo: ¡»Amadeus»! Con Milos Forman hemos topado… Touché!
Don Víctor: Qué cómodo es abandonarse a esas supercherías y liberarnos así de la exigencia de esforzarnos y trabajar todos los días en pos de la excelencia.
Don Hugo: Sí, en definitiva, es lo que Freud formula bajo la denominación de «pensamiento mágico», justificando nuestra perezosa prevalencia del «principio de placer» sobre el de «realidad».
Don Víctor: Ahora, don Hugo, quien se rinde soy yo.