Amargo

Don Hugo: Le esperaba a usted más locuaz, don Víctor. ¡Quién diría que venimos de ver la pinacoteca de Brera!
Don Víctor: No sé a qué viene este decaimiento porque, la verdad, don Hugo, eso del síndrome de Stendhal no lo he padecido nunca.
Don Hugo: Ahora mismo nos pedimos usted y yo un Aperol y ¡va a ver cómo se anima!
Don Víctor: ¿Aperol? Mire usted lo que le digo: que prefiero una Coca-Cola.
Don Hugo: Pero, don Víctor, que estamos en Italia; aquí lo que toca es ese toquecito de amargo, tan estimulante.
Don Víctor: ¿Amargo?… Ahora que lo dice usted, echemos cuentas. En los últimos días, venimos tomando: cynar en el aperitivo, rúcula en la ensalada, alcachofa en los antipasti …
Don Hugo: Pues lleva usted razón: tiramisù bien cargadito de cacao, café bien amargo y su copita de amaretto.
Don Víctor: Y eso sin contar con esos helados que a usted tanto le gustan: que si la amarena, que si la spagnola…
Don Hugo: ¿Qué tendrá el sabor amargo? Ya lo decía aquella canción de San Remo (cantando): » un gusto un pò amaro / di cose perdute…
Don Hugo y don Víctor (cantando:): «… di cose lasciate / lontano da noi…»
Don Víctor: ¿Qué tendrá el carácter italiano que, aunque aparentemente se entregue sin reserva al placer que le ofrece el momento, no deja de verter su gotita amarga como para recordarse a sí mismo que…
Don Hugo: … que… pues qué va a ser, don Víctor, ¡lo de «Lucrezia Borgia»!, que «la gioia dei profani è un fumo passaggier…»
Don Víctor: ¿No sería Pasolini, por ejemplo, ese imprescindible veneno de los Borgia inoculándose en pleno corazón de la cultura italiana de post-guerra?…
Don Hugo: … que, por cierto, tanto nos gusta a usted y a mí… ¿Recuerda usted lo que dice Dappertutto, en aquel cuento de Hoffmann, cuando insta a Günther a que envenene a su familia?
Don Víctor: No lo recuerdo, don Hugo, pero de lo que sí estoy seguro es de que será bastante cínico.
Don Hugo: «pero ¿no es acaso delicioso el sabor amargo de las almendras? Y ésa es la amargura de la muerte».

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