
Don Víctor: ¿Qué opinión le merecen a usted, don Hugo, esas declaraciones de José María Pou, indignado ante las constantes interrupciones del teléfono móvil durante las representaciones?
Don Hugo: Razón no le falta. La gente debiera ser más considerada y respetar el trabajo de los demás.
Don Víctor: Naturalmente, pero en el teatro y fuera del teatro: ¿respeta al barrendero quien tira la colilla en la calle?, ¿respeta al camarero quien arroja la servilleta al suelo?, ¿respeta al profesor que está explicando la lección el alumno que habla?…
Don Hugo: Es verdad, don Víctor, qué duda cabe que el del actor es un trabajo privilegiado: exige un respeto sacral que, ¡vamos!, ni en misa…
Don Víctor: Es que llegan a darse tal importancia con eso de la concentración, de la atmósfera creada, del método de Stanislawski…
Don Hugo: No hay nada que malogre más una representación que cuando los propios actores la interrumpen para regañar al público.
Don Víctor: ¿Cómo habrían salido adelante estos alfeñiques en la época de nuestros corrales de comedias cuando el público bullía de pie, hablaba, gritaba, entraba y salía e incluso arrojaba improperios y objetos al escenario?
Don Hugo: Me viene ahora a la mente esa anécdota que se contaba en casa: Teatro Jovellanos de Gijón. Se representa el Tenorio de Zorrilla. En un momento determinado doña Inés llega a donde dice: «¡Válgame el Cielo! ¿Qué escucho?», y como cuchu es mierda en bable, se levanta un espontáneo y responde a voz en cuello: «¡Cuchu ye mierda!