Salomón y los lirios

Don Hugo: Cristo se equivocó y de ahí no me apea ni el Papa Francisco.
Don Víctor: ¡Por amor de Dios, don Hugo, no se obceque usted!
Don Hugo: ¿Qué es eso de que no nos preocupemos ni del cuerpo ni del vestir ni del mañana pues ni Salomón en toda su gloria se vistió como los modestos lirios?
Don Víctor: Eso es cierto, dígame usted qué traje puede compararse a la belleza de una rosa…
Don Hugo: Muy bonito, don Víctor. Quédese usted oliendo la rosa y no haga nada, igual que un gimnosofista oriental. Como en el chotis de la Colasa: ¡a mí plin!
Don Víctor: No saque usted las cosas de quicio, don Hugo. Se trata de conceder importancia a lo que realmente la tiene: la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido…
Don Hugo: Sí, sí, pero dígame usted, don Víctor, ¿no consigue el Arte que el Príncipe de los Lirios sea lirio él también y además más hermoso que los propios lirios?
Don Víctor: Sí, pero qué es el arte sino una emanación de algo mucho más grande todavía como es el espíritu del hombre, un ser natural. ¿Quién querría ser el más gallardo lirio pintado en un muro antes que el delicado pintor?
Don Hugo: Sí, sí, todo eso está muy bien, don Víctor, pero no olvide usted que el arte es sublimación… ¡de la propia Naturaleza!
Don Víctor: ¿Y cómo llegar a esa sublimación si está usted ocupado, ante todo, en procurarse alimento y vestido?

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