
Don Hugo: Considere usted, don Víctor, que tanto Ganivet como Unamuno, como Ortega e incluso el propio Menéndez Pidal, coinciden en dar definiciones esencialistas de España y lo español.
Don Víctor: ¿Pero usted piensa que tenemos tanto que ver con Witiza?
Don Hugo: Hombre, tanto, tanto… pero sí con el Cid Campeador, puesto que ya se había producido la invasión árabe.
Don Víctor: Se va usted a Américo Castro, que también era esencialista.
Don Hugo: ¿Qué otra cosa se puede ser? ¿Quiénes somos si no?
Don Víctor: Dígame, don Hugo, a quién se parece usted más: ¿a uno de sus colegas alemanes o a su bisabuelo, ése que era arriero?
Don Hugo: Veo, don Víctor, que plantea usted la cuestión en términos de coordenadas cartesianas: por un lado tendríamos el eje sincrónico y, por el otro, el diacrónico; o lo que es lo mismo: o la geografía o la historia.
Don Víctor: Sí, todo eso está muy bien, pero, en cualquier caso… mire lo que dice Sánchez-Albornoz.
Don Hugo: ¡Pero si lo trae usted escrito en un papel! ¡Eso no vale, don Víctor!
Don Víctor: «No tengo por conclusa la fragua de la contextura temperamental de ninguna nación en ningún momento de su historia y por ello no puedo prescindir del golpeo de martillo de la Modernidad sobre el yunque de nuestro Medioevo en la forja de lo hispano».
Don Hugo: De manera que para usted, don Víctor, somos algo tan insustancial como un mero presente en movimiento.
Don Víctor: No digo tanto, don Hugo. Reconozco que cada uno carga con un Anquises sobre sus hombros… Somos quienes somos porque hemos heredado unos referentes.
Don Hugo: Entonces no va a haber más remedio que caminar con las dos muletas: la sincrónica a la izquierda…
Don Víctor: … y la diacrónica a la derecha.