
Don Hugo: Una escultura no es ni una fotografía, ni un cromo, ni una caricatura; tiene alma. La escultura se inventó para alojar un alma. Es el simulacro que hace presente al ausente.
Don Víctor: Y que lo diga usted, don Hugo… buen susto llevaba Julita cuando paseábamos por las salas egipcias de los Museos Vaticanos, con todos aquellos faraones gigantescos.
Don Hugo: Es que su mujer, Julita, sabe más que usted y yo juntos, vamos, ¡de aquí a Roma!
Don Víctor: Mire usted lo que han hecho en Dublín sin ir más lejos: reducir el ánima de la frágil Molly Malone, que «vaga por las calles del casco viejo», a esa mujeruca ordinaria que han plantado en Grafton Street…y eso clama al cielo… ¡eso es destruir el mito y rebajar la ciudad!
Don Hugo: Empezando por representarla a tamaño natural… si es que todavía no nos hemos enterado de lo que enseñaban los griegos, don Víctor, que para que una estatua parezca de tamaño natural, tiene que ser sensiblemente más grande que el modelo real.
Don Víctor: ¿Y entonces qué me dice usted de la «Violetera» de la calle Alcalá, que han acabado por ocultar en los jardines de las Vistillas?
Don Hugo: Pues lo que cantaba Marisol Reyes: «Pa sentirte madrileña, chiquetita ties que ser».
Don Víctor: El barrendero de la plaza de Jacinto Benavente, el barbudo del aeropuerto, el viejo asomado a las excavaciones de la calle Mayor, la Ana Ozores de Oviedo… ¡todos esos muñecos falsifican nuestras ciudades como queriendo convertirlas en parques temáticos infantilizados…
Don Hugo: … ¡para hacernos a todos todavía más ignorantes!