
Don Víctor: Para mí, don Hugo, que Don Juan, en el fondo, no es hombre de amor.
Don Hugo: No me diga, don Víctor… pues entonces… ¡apaga y vámonos!
Don Víctor: Verdaderamente, ¿le parece sensible a lo lírico?
Don Hugo: Toda la vida anda corriendo tras la última bella que acaba de inflamar su corazón.
Don Víctor: Yo lo veo más bien como un hombre de guerra. ¿Recuerda usted esa verdadera arenga que dirige a su criado Sganarelle?
Don Hugo: ¿El de Molière?
Don Víctor: En efecto. La conquista de la dama le lleva a ensartar toda una panoplia de terminología militar. Mire la lista: «réduire, combattre, rendre les armes, forcer pied à pied, résistance, opposer, vaincre, être maître, conquête, triompher de la résistance, ambition de conquérant, de victoire en victoire…» ¡Si hasta llega a compararse con el mismísimo Alejandro!
Don Hugo: Mucho antes que Molière, nuestro buen Arcipreste lo dijo ya, poniéndolo en boca de doña Venus… A ver si recuerdo bien…
Con arte se quebrantan los coraçones duros,
tómanse las çibdades, derríbanse los muros,
cahen las torres fuertes, álçanse pesos duros»
Don Víctor: ¡Me ha matado!
Don Hugo: El drama de don Juan es que es incapaz de disfrutar de lo conquistado; enseguida se aburre y añora volver de campaña… no nos engañemos, don Víctor… todos somos Don Juan.
Don Víctor: ¡No me falte a Dolores, que se le calienta a usted la boca!
Don Hugo: No es eso. Lo que yo digo es que el hombre occidental, que es el único al que entiendo, participa de esa misma dualidad que desgarra a Don Juan: en la paz añora la guerra y en la guerra suspira por la paz.
Don Víctor: Tiene usted, razón, don Hugo. Esa es nuestra crónica insatisfacción: la dialéctica entre épica y lírica.