
Don Hugo: Diecisiete refugiados llegamos a tener aquí, don Víctor…
Don Víctor: ¿Y cuando había bombardeo?
Don Hugo: Bajábamos a la botica de mi tío Cecilio con los demás vecinos de la casa. Allí fue donde a una monja se le cayó en la cabeza un frasco de «mierda del diablo»
Don Víctor: ¡Precisamente! Pero, dígame, don Hugo, ¿los refugiados eran todos parientes, como en mi casa?
Don Hugo: Sólo las Cucas, dos beatas siempre de negro… Como mi padre salía a comprar los víveres que podía en el mercado negro, luego, cuando le pagaban, en más de una ocasión le reprocharon que se estaba poniendo muy «carero».
Don Víctor: ¡Encima, como si el pobre, que se jugaba la vida por todos, les estuviera sisando!
Don Hugo: Yo me reí mucho cuando las Cucas, una mañana, dijeron que había habido mucho movimiento en el frente por la noche… mucho bombardeo… Todos sabíamos que se trataba del tío Cayetano que, mientras paseaba fumando por el pasillo, iba peyéndose con estruendo…
Don Víctor: ¡Bélico!