Lágrimas y estrellas

Don Víctor: Las lágrimas de San Lorenzo… ¡qué noche tan especial!… El otro día, don Hugo, me preguntaba usted por qué lloro. A veces leyendo a Tasso doy en llorar pensando en cómo la vida le pagó con el encierro cuando él liberó para todos nosotros la misma Jerusalén.
Don Hugo: Mejor suerte le cupo en cambio a su coetáneo y compatriota Ariosto. Si hasta Casanova llegó a convencer al propio Voltaire de la superioridad del poeta emiliano sobre el mismísimo Homero.
Don Víctor: Lloré también una vez en que me quedé solo en San Carlino alle Quattro Fontane cavilando sobre el decepcionado Borromini cuyo genio se vio postergado hasta el punto de caer en la desesperación y el suicidio.
Don Hugo: Ya podía haberle echado una manita el afortunado Bernini que se lo llevaba todo.
Don Víctor: Ciertos versos de Nerval hacen que se me salten las lágrimas…
Don Hugo: ¿El soneto «El Desdichado» quizás?
Don Víctor: ¿Lo tiene usted, don Hugo? Últimamente no encuentro ese volumen; para mí que Julita me lo tiene escondido.
Don Hugo: Es verdad, el pobre Nerval también se suicidó, ahorcándose. No puedo menos de pensar en la gloria en vida que rodeó mientras tanto a Víctor Hugo.
Don Víctor: Si por llorar, a veces, hasta el recogimiento contemplativo de algunos cuadros de Juan Gris, me humedecen los ojos. ¿Ha encontrado usted, don Hugo, alguna vez belleza y meditación en el cubismo fuera de una pintura de Gris?
Don Hugo: Lleva usted más razón que un santo, don Víctor. Imposible encontrarlas, por ejemplo, en las del glorioso Picasso que lo relegó a la sombra.
Don Víctor: ¿Se puede usted creer que acabara muriendo en la miseria este pobre Gris?
Don Hugo: Usted lo ha dicho, don Víctor. ¡Gris se hizo llamar y no José Victoriano González-Pérez, como era su auténtico nombre! Para mí, está bien claro; por asociación de ideas y de palabras, «gris» evoca ocultación, depresión y la penumbra del fracaso. No es cierto que unos hombres nazcan con estrella y otros estrellados, sino que su muerte es el resultado de una elección vital que lleva a exponerse a unos determinados estímulos, y no a otros, y a darles unas respuestas determinadas.
Don Víctor: Entonces… ¿estos destinos no son injustos?… Entonces… ¿no tengo que llorar?
Don Hugo: Llore usted, don Víctor, y yo le admiro por ello. Su sensibilidad le lleva a penetrar hasta donde pocos llegan. Yo no lloro nunca.

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