Mundo,Demonio y saltamontes

Don Víctor: Le quiero decir una cosa, don Hugo. Por más que llevo años leyendo «Alfa y Omega» todas las semanas, todavía sigo sin aclararme sobre qué era aquello tan misterioso de «mundo, demonio y carne».
Don Hugo: ¡Los enemigos del alma!… Le confieso a usted, don Víctor, que lo de la carne me trajo a mal traer hasta que leí a Freud. ¡Nada del filete de ternera -que, por cierto, apenas lo catábamos- ni la chuleta de cerdo!… ¡La líbido!…
Don Víctor: Ya salió aquello…
Don Hugo: En la represión de la carne, del instinto, del Eros, se asienta la civilización… de ahí nuestra obligación de no darnos todos los gustos y de ser sensatamente infelices.
Don Víctor: ¡Ah, claro! Nos mandan a pelear contra los centauros como en las metopas griegas. No debemos ser unos animales…
Don Hugo: … sino más bien unos lapitas.
Don Víctor: Y sin embargo Giacomo Casanova propuso toda una teoría del orden en el desorden brutal de los instintos. Hasta esa frontera fue capaz de llegar la Ilustración.
Don Hugo: Y Freud, heredero de esa misma Ilustración, lo sistematizó todo científicamente… pero a usted, ¿qué le parecía aquello otro del «mundo»?
Don Víctor: Yo, de pequeñín, hacía girar el globo terráqueo y me preguntaba qué monstruo habría escondido en su interior, bajo océanos y continentes… si no sería eso el propio Infierno.
Don Hugo: Quite, quite, el Demonio es otra cosa. Satanás es, en primer lugar, la soberbia y por tanto trae siempre consigo la humillación del prójimo; es la crueldad bajo todas sus formas. ¡El Anticristo, el enemigo del amor!… ¿No me diga usted, don Víctor, que no ve mil ejemplos de ello en los telediarios?
Don Víctor: Claro, claro, si hasta nos advierten de que determinadas imágenes van a herir nuestra sensibilidad… pero entonces sigo a oscuras con aquello del mundo como enemigo…
Don Hugo: Está claro: el mundo es la mundanidad… ¡la vanidad!… del poder, de las riquezas, de la fama…
Don Víctor: Me siento hostigado por todas partes con tanto enemigo como tenemos. ¡Quién tuviera los redaños de Cristo sobre el alero del Templo o sobre lo alto de aquel monte, o, mejor aún, en el desierto!… ¡eso es, al desierto, don Hugo, que se nos viene todo el mundo encima!
Don Hugo: ¿Pero adónde quiere usted ir, hombre de Dios? ¿No ve usted que los saltamontes también son carne?

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