
Don Hugo: Don Víctor, hay algunas cosas que me tienen desazonado hace tiempo y que seguro que usted me podrá aclarar… porque o me lo aclara usted o ya no queda nadie que me lo aclare…
Don Víctor: Si me viene usted con algo freudiano, me temo que…
Don Hugo: Quite, quite… ¿Cómo es posible que, por una parte, Hernán Cortés diga que «los españoles somos mayormente incomportables e importunos»…
Don Víctor: En una palabra, indisciplinados.
Don Hugo: … y, por otra parte, Avellaneda, el del Quijote apócrifo, reconozca la pronta obediencia de los españoles en la milicia?… y digo yo que tanto el uno como el otro algo sabrían de lo que hablaban…
Don Víctor: La contradicción, don Hugo, es aparente: si bien el español puede ser indisciplinado, la estructura de los Tercios y la cadena de mando establecidas por el Gran Capitán, convierten a los ejércitos españoles en máquinas de vencer que imprimen un carácter tanto a la fuerza como a cada uno de sus componentes.
Don Hugo: Ya está, don Víctor. ¡Que Dios le conserve a usted su clarividencia!… La siguiente… eso sí, menos ansiógena que la anterior. Dice Guicciardini que los españoles somos pobres, bárbaros, sombríos, soberbios, avaros, astutos y poco dados a las letras. Y sin embargo Castiglione nos alaba como grandes cortesanos y pone a Isabel la Católica como ejemplo de cortesía, liberalidad, honestidad y virtud.
Don Víctor: Sobre este punto lo único que me atrevo a decir es que Castiglione fue un digno precursor de Pilar Primo de Rivera.
Don Hugo: No me salga usted por peteneras, don Víctor; la verdad es que España, vista desde Italia, ha de parecer un país tosco y zafio… pero aún querría plantearle lo que me parece un misterio: ¿cómo es que el pintor Stornina quien, según nos dice Vasari, en Florencia era «duro e rozzo»…
Don Víctor: Vamos, que parecía español…
Don Hugo: … vino a trabajar a España…
Don Víctor: ¡El viaje al revés!
Don Hugo: … y aquí, como por arte de magia, se convirtió en «gentile e cortese»? Y cuando volvió a Florencia, resultó que todos se disputaban la amistad del que antes fuera un bellaco indeseable.
Don Víctor: ¿Cómo creerlo malvado cuando uno contempla este retablo que nos dejó en Valencia?… Para mí, don Hugo, que el fondo bueno que al principio sólo afloraba en su arte -como tantas veces ocurre- acabó anegando su personalidad entera, una vez que cambió de aires.
Don Hugo: ¡Acabáramos! En definitiva, que no es que le civilizara España; es que por fin salió de casa.